Cómo terminar un discurso
“Rara vez
nos arrepentimos de haber hablado poco; muchas veces de haber dicho
demasiado. Máxima trivial que todo el
mundo sabe y todo el mundo olvida”. LA
BRUYERE
¿En qué
parte del discurso tenemos mayor probabilidad de revelar nuestra inexperiencia
o nuestra pericia, nuestra ineptitud o nuestra destreza? En el comienzo y en el final.
La terminación es realmente el punto más
estratégico de un discurso. Lo que uno dice a lo último, las últimas
palabras que quedan sonando en los oídos del auditorio, son las que
probablemente serán recordadas por más largo tiempo. Los principiantes, sin
embargo, cometen varios errores. Los más
comunes son:
Primero, tenemos aquél que concluye diciendo:
"Bueno, esto es todo cuanto tenía que decir sobre este asunto, de modo que
será mejor que termine.” Eso no es una terminación.
Si ya se
ha dicho todo cuanto se tenía que decir, ¿por qué no dar el golpe de gracia
directamente, sentarse, y poner fin?
Está luego el orador que dice cuanto tenía que
decir y luego no sabe cómo finalizar.
¿El
remedio? Un final debe ser planeado con
tiempo, ¿no es verdad? ¿Es prudente tratar de planearlo frente al
auditorio, sometidos al esfuerzo y a la tensión del discurso, ocupada la mente
en lo que estamos diciendo? ¿No sugiere el sentido común la conveniencia de
prepararlo tranquilamente de antemano? Hasta los oradores tan consumados, con
su admirable dominio de la lengua castellana, sentían la necesidad de escribir
y aprender de memoria las palabras exactas con que pensaban terminar sus
discursos. Es menester que se sepa muy definidamente con qué ideas o imágenes se
terminará. Se debe ensayar el final varias veces, para lo cual no será
necesario que se emplee exactamente la misma fraseología cada vez, aunque sí
que ponga claramente las ideas en palabras.
Un
discurso improvisado, durante su pronunciación, debe muchas veces ser alterado
grandemente; ha de cortárselo y mutilárselo para hacer frente a circunstancias
imprevistas, para armonizar con las reacciones de los oyentes; por esto, es muy
prudente tener dos o tres terminaciones preparadas. Si una de ellas no viene a
pelo, otra probablemente sí venga. Se necesita, evidentemente, mejor preparación, más práctica.
Muchos novicios terminan inesperadamente. Ese
método de terminar carece por completo de tersura, de retoque. A decir verdad, no tienen terminación, se
limitan a cesar de improviso, bruscamente. El efecto es desagradable, revela
inexperiencia. Es como si un amigo, en una reunión, dejara de conversar
repentinamente con nosotros y saliera de la sala sin despedirse.
¿Cómo puede un principiante desarrollar el
sentido apropiado para terminar un discurso? ¿Por reglas mecánicas? No. Debe ser resuelto por presentimiento, por
intuición.
Sin
embargo, este sentido puede ser cultivado. Esta pericia puede ser desarrollada
en parte, estudiando las maneras en que oradores consumados han rematado sus
piezas oratorias.
Leamos la
última parte del famoso Discurso de la trenza, de Echegaray,
que le valió un ministerio. Díaz Caneja ha pronunciado un minucioso discurso en
pro de la unidad católica, y llega a decir que la Iglesia nunca ha
perseguido a las personas. Entonces Echegaray se levanta y replica con un
brioso discurso cuyo final es así:
“En esos
bancos alternantes del Quemadero de la
Cruz veréis capas de
carbón impregnadas en grasa humana, y
después restos de huesos calcinados, y después una capa de arena que se echaba
para cubrir todo aquello; y luego otra capa de carbón, y luego otra de huesos y
otra de arena, y así continúa la
horrible masa. No ha muchos días, y yo respondo del hecho, revolviendo unos
chicos con un bastón, sacaron de esas capas de ceniza tres objetos que tienen
grande elocuencia, que son tres grandes discursos en defensa de la libertad
religiosa. Sacaron un pedazo de hierro oxidado, una costilla humana calcinada
casi toda ella, y una trenza de pelo quemada por una de sus
extremidades. Esos tres argumentos son muy elocuentes. Yo desearía que los
señores que defienden la unidad religiosa los sometieran a severo interrogatorio; yo desearía que preguntasen a aquella
trenza cuál fue el frío sudor que empapó su raíz al brotar la llama de la
hoguera, y cómo se erizó sobre la cabeza
de la víctima. Yo desearía que preguntasen a la pobre costilla cómo
palpitaba contra ella el corazón de la infeliz judía. Yo desearía que
preguntasen a aquel pedazo de hierro, que fue quizá una mordaza, cuántos ayes
dolorosos, cuántos gritos de angustia ahogó, y cómo se fue oxidando al recibir
el ensangrentado aliento de la víctima, con lo cual el duro hierro tuvo más
entrañas, tuvo más compasión, fue más humano, se ablando más que los infames
verdugos de aquella famosa teocracia”.
El final
queda redondo, terminado.
Uno de los
más famosos discursos de Castelar, es el que pronunció en la Cámara de Diputados en
defensa de la libertad de cultos. Duró casi una hora y
terminó de la siguiente manera:
"Grande es Dios en el Sinaí; el trueno le
precede, el rayo le acompaña, la luz le
envuelve, la tierra tiembla, los montes
se desgajan; pero hay un Dios más grande, más grande todavía, que no es el
majestuoso Dios del Sinaí, sino el humilde Dios del Calvario, clavado en una
cruz, herido, coronado de espinas,... y yo, en nombre de esta religión, en
nombre del Evangelio, vengo aquí a pediros que escribáis al frente de vuestro
código fundamental la libertad religiosa, es decir, libertad, fraternidad,
igualdad entre todos los hombres."
Pero nosotros
no iremos, probablemente, a
pronunciar discursos en la
Cámara. de Diputados. Quizá nuestro problema nunca llegue a
más que a cerrar un discurso periodístico frente a nuestros oyentes. ¿Es poco?
RESUMAMOS LOS PUNTOS
Hasta en
discursos de sólo tres a cinco minutos de duración, el orador puede llegar a
cubrir tantos puntos diferentes que al final el auditorio no los recuerde
claramente. Sin embargo, pocos oradores se dan cuenta de esto. Llegan a creer,
erróneamente, que porque estos puntos sean tan claros como cristal en sus
propias mentes, deben resultar igualmente diáfanos a los oyentes. Están muy
errados. El orador ha considerado por cierto tiempo sus ideas. Pero para el
auditorio son completamente nuevas. Un político irlandés ha dado esta receta
para hacer un discurso: "Primero digámosles qué les vamos a decir.
Segundo, digámosles. Tercero, digámosles que les hemos dicho".
No está mal. Muchas veces es sumamente
ventajoso "decirles qué les hemos dicho". Brevemente, desde
luego, rápidamente, un simple bosquejo,
un sumario.
He aquí un
ejemplo de un gerente de tránsito de un ferrocarril:
"En resumen, caballeros, nuestra propia
experiencia con este mecanismo, la experiencia recogida en otras partes del
país, los sólidos principios de su funcionamiento, y la innegable demostración
del dinero ahorrado en un año para seguridad contra accidentes, me mueven a
recomendar vehementemente y con plena responsabilidad, su adquisición inmediata en nuestro ferrocarril."
¿Está claro lo que ha hecho? Lo podemos ver y
sentir sin haber escuchado la otra parte del discurso. Ha condensado en pocas
palabras, prácticamente todos los puntos tocados en su discurso. ¿No piensa que
un sumario así es muy útil?
EXHORTEMOS
A LA ACCIÓN
El
final anterior es un ejemplo excelente
de final con exhortación a la acción. El orador quiere que se haga algo: que se
instale determinado mecanismo en el ferrocarril. Basó su pedido sobre el
dinero que se ahorraría, y los
accidentes que se impedirían. El orador quería mover a la acción y lo
consiguió.
UNA GALANTERIA SOBRIA Y SINCERA
“Zaragoza, que dio al cristianismo sus
innumerables mártires; a la
Edad Media sus guerreros; al siglo decimosexto los últimos
tributos que lucharon con el absolutismo; a nuestro siglo los héroes de la
independencia, que todos los pueblos oprimidos invocan, que todas las
generaciones colocarán al lado de los héroes de Salamina y de Platea en el
agradecimiento de la humanidad; Zaragoza se alzará a la altura de su historia,
y escribiendo la protesta enérgica del derecho, salvará con su actitud y con su
ejemplo, que pronto seguirán las demás ciudades, la causa de la libertad y 1a
honra de la patria”.
Con estas
palabras terminó Castelar su discurso a los federales de Zaragoza, después de
votada la Constitución
de la monarquía por las Cortes Constituyentes. Esta es una manera admirable de
concluir; pero para que sea eficaz, tiene que ser sincera. Nada de adulaciones
toscas. Esta suerte de terminación, si no sabe a sincera sabrá a falsa.
TERMINACION
HUMORISTICA
“Hay que dejarlos siempre riendo cuando digan
adiós." Si tenemos facilidad para ello, y material, magnífico. Pero, ¿cómo lo haremos? Ese, como decía
Hamlet, es el problema. Cada uno debe hacerlo
en su modo particular. Veamos como terminó Posada Herrera un discurso
en el Congreso, en el que hizo una
exhortación a la unión de los españoles:
"Yo sé que todos deseáis esto mismo, y que
si no lleváis a efecto esta unión es
porque en este país conservamos algo de la raza africana. (Risas) Yo no sé por que os asustáis del
sufragio universal. Si no concedéis derecho elector al ciudadano que tiene
todos los demás derechos, al ciudadano
completo, ¿con qué derecho venimos aquí nosotros a representar el país?
"Si no Ileváis a efecto la conciliación,
creo que no ha de ser por este obstáculo. Será por lo mismo que refiere en un
cuento Walter Scott: Un misionero hacía grandes esfuerzos por convertir al
cristianismo a un idólatra, y cuando ya el misionero creía haber conseguido la
conversión, el idólatra le dijo: “Señor,
no os molestéis; conozco que el Dios verdadero es Cristo, pero debo tantos
favores al diablo, que no puedo dejar de servirle”. (Risas)
TERMINACION CON UNA CITA POETICA
De todos los métodos de terminar un discurso, ninguno tan aceptable
cuando está bien hecho como el del humorismo y la poesía. Por cierto, que si
tenemos la estrofa adecuada para remate del discurso, ello es lo ideal. Da al
discurso sabor apetecido. Lo realza, lo dignifica, lo embellece, le presta
individualidad. Así terminó Belisario Roldán su Oración a la Bandera :
“Por ella y para ella, todas las vibraciones
del cerebro y todas las pujanzas del músculo; por ella y para ella, soldados, hasta la última gota de sangre de
las venas... Rija nuestra conducta, en
las jornadas de paz a que estamos destinados,... y si alguna vez sonara para la República la hora de la sangre y los clarines,
inspírennos siempre, por los siglos de los siglos, aquellas palabras como
espartanas de la
Canción Nacional :
“¡Coronados
de gloria vivamos
O juremos
con gloria morir!”
Estos dos
versos, dichos en tono vibrante, sacudieron hasta la última fibra del
auditorio.
LETRAS DE CANCIONES
EL PODER DE UNA CITA BIBLICA
Podemos
tenernos por afortunados si tenemos oportunidad de hacer una cita bíblica. Generalmente producen hondo efecto.
Busquemos, estudiemos, probemos, hasta que
tengamos una buena conclusión y un buen comienzo. Y luego no los separemos
mucho. El orador que no abrevia su discurso a fin de ponerse a tono con este
siglo apresurado y febril, será rechazado.
El punto
de hartazgo llega muy poco después de haberse alcanzado la cumbre de la
popularidad.
Esta misma
filosofía se puede aplicar, y debe aplicarse, a la oratoria. Detengámonos
mientras el auditorio está ansioso. Recordemos siempre que "lo bueno, si
breve, dos veces bueno; y aún lo malo si breve, no tan malo".
En algunos pueblos africanos cuando un orador
habla por largo rato en las reuniones de cierta tribu, el auditorio le hace
callar gritando "¡Imetosha!, ¡Imetosha!", que significa "¡Suficiente!,
¡Suficiente!".
Otra tribu
permite que el orador hable por cuanto pueda mantenerse sobre un solo pie.
Cuando el dedo gordo del otro pie toca el suelo, se acabó. Tiene que retirarse.
Y a los auditorios blancos, en general,
aunque más corteses, más refrenados, les fastidian los discursos largos tanto
como a los negros del África.
Recordemos otros finales:
·
Reflexión
·
Propuesta
·
Invitación
a pensar una solución
·
Solución
·
Interrogante
·
Deseo
·
Denuncia
·
Exigir
responsabilidades
·
Protesta
SUMARIO
1. El final de un
discurso es realmente el elemento más estratégico. Lo que se dice último tiene
mayor probabilidad de quedar en la memoria.
2. No terminemos:
“Bueno, esto es todo cuanto tenía que decir sobre este asunto, por lo que será
mejor que termine”. Terminemos sin decir
que vamos a terminar.
3. Planeemos cuidadosamente el final
de antemano. Sepamos casi al pie de la letra como vamos a terminar.
Redondeemos el final. No lo dejemos duro y quebrado.
4. He aquí
siete métodos que se pueden emplear para terminar:
a.
Resumir, repetir y bosquejar brevemente los puntos principales que hemos tratado.
b.
Exhortar a la acción.
c. Brindar una galantería sincera al
auditorio.
d. Provocar risas.
e. Citar algunos versos apropiados.
f. Citar
un pasaje de la Biblia.
g.
Producir un clímax
5.
Busquemos una buena conclusión y un buen comienzo, y luego, no los separemos
mucho. Terminemos siempre antes de lo
que el auditorio desea.
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