Parte 3
El paradigma de la complejidad
El paradigma de la
simplicidad
Para comprender el
problema de la complejidad, hay que saber, antes que nada, que hay un paradigma
de la simplicidad. En nuestra concepción un paradigma está constituido por un
cierto tipo de relación lógica extremadamente fuerte entre nociones maestras,
nociones claves, principios claves.
Así es que el
paradigma de la simplicidad es un paradigma que pone orden en el universo, y
persigue al desorden. El orden se reduce a una ley, a un principio. Pero la
simplicidad no puede ver que lo Uno puede, al mismo tiempo, ser Múltiple. Es
decir, que o bien, separa lo que está ligado (disyunción), o bien unifica lo
que es diverso (reducción).
Con esa voluntad
de simplificación, el conocimiento científico se daba por misión la de develar
la simplicidad escondida detrás de la aparente multiplicidad y el aparente
desorden de los fenómenos.
Orden y desorden
en el universo
Al comienzo del S
XX la reelección sobre el universo chocaba contra una paradoja. Por una parte,
el segundo principio de la
Termodinámica indicaba que el universo tendía al desorden
máximo, y, por otra parte, parecía que en ese mismo universo las cosas se
organizaban, se complejizaban y se desarrollaban. Sin embargo, como la degradación
y el desorden también conciernen a la vida, la dicotomía no era posible.
Hicieron falta estos últimos decenios para que nos diéramos cuenta que el
desorden y el orden, siendo enemigos uno del otro, cooperaban, de alguna
manera, para organizar el universo (Ver ejs. Sobre los remolinos Pág. 92).
Vemos como la
agitación, el encuentro al azar son necesarios para la organización del
universo. Podemos decir que el mundo se organiza desintegrándose. He aquí una
idea típicamente compleja. En el sentido de que debemos unir a dos nociones
que, lógicamente, parecieran excluirse: orden y desorden.
La complejidad de
la relación orden/desorden/organización surge, entonces, cuando se constata
empíricamente que fenómenos desordenados son necesarios en ciertas condiciones,
para la producción de fenómenos organizados.
La complejidad
esta allí donde no podemos remontar una contradicción y aceptarla es aceptar la
contradicción, es la idea de que no podemos escamotear las contradicciones con
una visión eufórica del mundo.
Auto-organización
Si concebimos un
universo que no sea más un determinismo estricto, sino un universo en el cual
lo que se crea, se crea no solamente en el azar y el desorden, sino mediante
procesos autoorganizadores, podemos comprender entonces como mínimo, la
autonomía, y podemos luego comenzar a comprender que quiere decir sujeto.
Ser sujeto no
quiere decir ser consciente, ni tener afectividad, aunque la subjetividad
humana se desarrolla, evidentemente con afectividad. Ser sujeto es ponerse en
el centro de su propio mundo, ocupar el lugar del “yo”. Y el hecho de poder
decir “yo”, de ser sujeto, es ocupar un sitio. Al ponernos en el centro de
nuestro mundo, ponemos también a los nuestros: nuestros padres, hijos,
conciudadanos. La concepción de sujeto debe ser compleja.
Ser sujeto es ser
autónomo siendo, al mismo tiempo, dependiente. Es ser algo provisorio,
incierto, es ser casi todo para sí mismo, y casi nada para el universo.
Autonomía
La óde autonomía
es compleja porque depende de condiciones culturales y sociales. Esa autonomía
se nutre, por tanto, de dependencia; dependemos de una educación, de un
lenguaje, de una sociedad, así como de un cerebro, y dependemos también de
nuestros genes.
Complejidad y
completud
Hay, por cierto,
muchos tipos de complejidad. Están aquellas ligadas al desorden, y otras que
están sobre todo ligadas a contradicciones lógicas.
Pero en la visión
compleja, cuando se llega por vías empírico-racionales a contradicciones, ello
no significa un error sino el hallazgo de una capa profunda de la realidad que,
justamente por ser profunda, no puede ser traducida a nuestra lógica.
Por eso es que la
complejidad es diferente de la completud. Creemos, a menudo, que los que enarbolan
la complejidad pretenden tener visiones completas de las cosas.
La conciencia de
la multidimensionalidad nos lleva a la idea de que toda visión unidimensional,
parcial, es pobre. Es necesario que sea religado a otras dimensiones; de allí
la creencia de que podamos identificar la complejidad con la completud.
La conciencia de
la complejidad nos hace comprender que no podremos escapar jamás a la
incertidumbre y que jamás podremos tener un saber total.
Del mismo modo, no
hay que confundir complejidad y complicación. La complicación, que es el
entrelazamiento extremo de la inter-retroacciones, es un aspecto de la
complejidad.
Razón,
racionalidad, racionalización
Son los
instrumentos que nos permiten conocer el universo completo.
La razón
corresponde a una voluntad de tener una visión coherente de los fenómenos, de las
cosas y del universo.
La racionalidad es
el juego, el dialogo incesante, entre nuestro espíritu, que crea las
estructuras lógicas, que las aplica al mundo, y que dialoga con ese mundo real.
La racionalización
consiste en querer encerrar la realidad dentro de un sistema coherente. Y todo
aquello que contradice, en la realidad, a ese sistema coherente, es descartado,
puesto al margen.
Es muy difícil
saber en qué momento pasamos de la racionalidad a la racionalización; no hay
fronteras, no hay señales de alarma.
Necesidad de
macroconceptos
No hay que tratar
nunca de definir las cosas importantes por las fronteras, ya que son siempre
borrosas, superpuestas. Hay que tratar, entonces, de definir el corazón, y esa definición
requiere a menudo, macro-conceptos.
Tres principios
Hay tres
principios que pueden ayudarnos a pensar la complejidad.
El principio
dialógico nos permite mantener la dualidad en el seno de la unidad. Asocia
a la vez dos términos complementarios y antagonistas. Lo que he dicho del orden
y el desorden puede ser entendido en estos términos. Uno suprime al otro pero,
al mismo tiempo, en ciertos casos, colaboran y producen la organización y la complejidad.
El segundo
principio es el de recursividad organizacional. (ver ej. Remolino, pág.
106). Un proceso recursivo es aquél en el cual los productos y los efectos son,
al mismo tiempo, causas y productores de aquello que los produce. Rompe con la
idea lineal de causa/efecto, porque todo lo que es producido reentra sobre
aquello que lo ha producido en un ciclo en si mismo auto-constitutivo,
auto-organizador y auto-productor.
El tercer
principio es el hologramático. En un holograma físico, el menor punto de
la imagen contiene la casi totalidad de la información del objeto representado.
No solamente la parte está en el todo, sino que el todo está en la parte.
La idea hologramática
está ligada, ella misma, a la idea recursiva, que está, ella misma, ligada a la
idea dialógica de la que partimos.
Parte 4
La complejidad y la acción
La acción es también
una apuesta
Ciertamente la acción
es una decisión, una elección, pero es también una apuesta. La acción es también
estrategia, ya que ésta permite, a través de una decisión inicial, imaginar un
cierto número de escenarios para la acción. La estrategia lucha contra el azar
y busca a la información.
El dominio de la acción
es muy aleatorio, muy incierto. Nos impone una conciencia muy aguda de los
elementos aleatorios, y nos impone la reflexión sobre la complejidad misma.
La acción escapa a
nuestras intenciones
Aquí interviene la
noción de ecología de la acción. En el momento en que un individuo emprende una
acción, ésta entra en un mundo de interacciones y es finalmente el ambiente el
que toma posesión, en un sentido que puede volverse contrario a la intención
inicial.
Prepararse para lo
inesperado
La complejidad no
es una receta para conocer lo inesperado. Pero nos vuelve prudentes, atentos,
no nos deja dormirnos en la mecánica de lo aparente y los determinismos.
El pensamiento complejo
no rechaza, de ninguna manera, a la claridad, al orden, al determinismo. Pero
los sabe insuficientes, sabe que no podemos programar el descubrimiento, el
conocimiento, ni la acción.
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