sábado, 30 de junio de 2012

El paradigma de la complejidad


Parte 3
El paradigma de la complejidad

El paradigma de la simplicidad

Para comprender el problema de la complejidad, hay que saber, antes que nada, que hay un paradigma de la simplicidad. En nuestra concepción un paradigma está constituido por un cierto tipo de relación lógica extremadamente fuerte entre nociones maestras, nociones claves, principios claves.
Así es que el paradigma de la simplicidad es un paradigma que pone orden en el universo, y persigue al desorden. El orden se reduce a una ley, a un principio. Pero la simplicidad no puede ver que lo Uno puede, al mismo tiempo, ser Múltiple. Es decir, que o bien, separa lo que está ligado (disyunción), o bien unifica lo que es diverso (reducción).
Con esa voluntad de simplificación, el conocimiento científico se daba por misión la de develar la simplicidad escondida detrás de la aparente multiplicidad y el aparente desorden de los fenómenos.

Orden y desorden en el universo

Al comienzo del S XX la reelección sobre el universo chocaba contra una paradoja. Por una parte, el segundo principio de la Termodinámica indicaba que el universo tendía al desorden máximo, y, por otra parte, parecía que en ese mismo universo las cosas se organizaban, se complejizaban y se desarrollaban. Sin embargo, como la degradación y el desorden también conciernen a la vida, la dicotomía no era posible. Hicieron falta estos últimos decenios para que nos diéramos cuenta que el desorden y el orden, siendo enemigos uno del otro, cooperaban, de alguna manera, para organizar el universo (Ver ejs. Sobre los remolinos Pág. 92).
Vemos como la agitación, el encuentro al azar son necesarios para la organización del universo. Podemos decir que el mundo se organiza desintegrándose. He aquí una idea típicamente compleja. En el sentido de que debemos unir a dos nociones que, lógicamente, parecieran excluirse: orden y desorden.
La complejidad de la relación orden/desorden/organización surge, entonces, cuando se constata empíricamente que fenómenos desordenados son necesarios en ciertas condiciones, para la producción de fenómenos organizados.
La complejidad esta allí donde no podemos remontar una contradicción y aceptarla es aceptar la contradicción, es la idea de que no podemos escamotear las contradicciones con una visión eufórica del mundo.

Auto-organización

Si concebimos un universo que no sea más un determinismo estricto, sino un universo en el cual lo que se crea, se crea no solamente en el azar y el desorden, sino mediante procesos autoorganizadores, podemos comprender entonces como mínimo, la autonomía, y podemos luego comenzar a comprender que quiere decir sujeto.
Ser sujeto no quiere decir ser consciente, ni tener afectividad, aunque la subjetividad humana se desarrolla, evidentemente con afectividad. Ser sujeto es ponerse en el centro de su propio mundo, ocupar el lugar del “yo”. Y el hecho de poder decir “yo”, de ser sujeto, es ocupar un sitio. Al ponernos en el centro de nuestro mundo, ponemos también a los nuestros: nuestros padres, hijos, conciudadanos. La concepción de sujeto debe ser compleja.
Ser sujeto es ser autónomo siendo, al mismo tiempo, dependiente. Es ser algo provisorio, incierto, es ser casi todo para sí mismo, y casi nada para el universo.

Autonomía

La óde autonomía es compleja porque depende de condiciones culturales y sociales. Esa autonomía se nutre, por tanto, de dependencia; dependemos de una educación, de un lenguaje, de una sociedad, así como de un cerebro, y dependemos también de nuestros genes.

Complejidad y completud

Hay, por cierto, muchos tipos de complejidad. Están aquellas ligadas al desorden, y otras que están sobre todo ligadas a contradicciones lógicas.
Pero en la visión compleja, cuando se llega por vías empírico-racionales a contradicciones, ello no significa un error sino el hallazgo de una capa profunda de la realidad que, justamente por ser profunda, no puede ser traducida a nuestra lógica.
Por eso es que la complejidad es diferente de la completud. Creemos, a menudo, que los que enarbolan la complejidad pretenden tener visiones completas de las cosas.
La conciencia de la multidimensionalidad nos lleva a la idea de que toda visión unidimensional, parcial, es pobre. Es necesario que sea religado a otras dimensiones; de allí la creencia de que podamos identificar la complejidad con la completud.
La conciencia de la complejidad nos hace comprender que no podremos escapar jamás a la incertidumbre y que jamás podremos tener un saber total.
Del mismo modo, no hay que confundir complejidad y complicación. La complicación, que es el entrelazamiento extremo de la inter-retroacciones, es un aspecto de la complejidad.

Razón, racionalidad, racionalización

Son los instrumentos que nos permiten conocer el universo completo.
La razón corresponde a una voluntad de tener una visión coherente de los fenómenos, de las cosas y del universo.
La racionalidad es el juego, el dialogo incesante, entre nuestro espíritu, que crea las estructuras lógicas, que las aplica al mundo, y que dialoga con ese mundo real.
La racionalización consiste en querer encerrar la realidad dentro de un sistema coherente. Y todo aquello que contradice, en la realidad, a ese sistema coherente, es descartado, puesto al margen.
Es muy difícil saber en qué momento pasamos de la racionalidad a la racionalización; no hay fronteras, no hay señales de alarma.


Necesidad de macroconceptos

No hay que tratar nunca de definir las cosas importantes por las fronteras, ya que son siempre borrosas, superpuestas. Hay que tratar, entonces, de definir el corazón, y esa definición requiere a menudo, macro-conceptos.

Tres principios

Hay tres principios que pueden ayudarnos a pensar la complejidad.
El principio dialógico nos permite mantener la dualidad en el seno de la unidad. Asocia a la vez dos términos complementarios y antagonistas. Lo que he dicho del orden y el desorden puede ser entendido en estos términos. Uno suprime al otro pero, al mismo tiempo, en ciertos casos, colaboran y producen la organización y la complejidad.
El segundo principio es el de recursividad organizacional. (ver ej. Remolino, pág. 106). Un proceso recursivo es aquél en el cual los productos y los efectos son, al mismo tiempo, causas y productores de aquello que los produce. Rompe con la idea lineal de causa/efecto, porque todo lo que es producido reentra sobre aquello que lo ha producido en un ciclo en si mismo auto-constitutivo, auto-organizador y auto-productor.
El tercer principio es el hologramático. En un holograma físico, el menor punto de la imagen contiene la casi totalidad de la información del objeto representado. No solamente la parte está en el todo, sino que el todo está en la parte.
La idea hologramática está ligada, ella misma, a la idea recursiva, que está, ella misma, ligada a la idea dialógica de la que partimos.



Parte 4
La complejidad y la acción

La acción es también una apuesta

Ciertamente la acción es una decisión, una elección, pero es también una apuesta. La acción es también estrategia, ya que ésta permite, a través de una decisión inicial, imaginar un cierto número de escenarios para la acción. La estrategia lucha contra el azar y busca a la información.
El dominio de la acción es muy aleatorio, muy incierto. Nos impone una conciencia muy aguda de los elementos aleatorios, y nos impone la reflexión sobre la complejidad misma.

La acción escapa a nuestras intenciones

Aquí interviene la noción de ecología de la acción. En el momento en que un individuo emprende una acción, ésta entra en un mundo de interacciones y es finalmente el ambiente el que toma posesión, en un sentido que puede volverse contrario a la intención inicial.

Prepararse para lo inesperado

La complejidad no es una receta para conocer lo inesperado. Pero nos vuelve prudentes, atentos, no nos deja dormirnos en la mecánica de lo aparente y los determinismos.
El pensamiento complejo no rechaza, de ninguna manera, a la claridad, al orden, al determinismo. Pero los sabe insuficientes, sabe que no podemos programar el descubrimiento, el conocimiento, ni la acción.

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