jueves, 5 de julio de 2012

Cómo terminar un discurso


Cómo terminar un discurso

“Rara vez nos arrepentimos de haber hablado poco; muchas veces de haber dicho demasiado.  Máxima trivial que todo el mundo sabe y  todo el mundo olvida”. LA BRUYERE
¿En qué parte del discurso tenemos mayor probabilidad de revelar nuestra inexperiencia o nuestra pericia, nuestra ineptitud o nuestra destreza? En el comienzo y en el final.
La terminación es realmente el punto más estratégico de un discurso. Lo que uno dice a lo último, las últimas palabras que quedan sonando en los oídos del auditorio, son las que probablemente serán recordadas por más largo tiempo. Los principiantes, sin embargo, cometen varios errores. Los  más comunes son:
Primero, tenemos aquél que concluye diciendo: "Bueno, esto es todo cuanto tenía que decir sobre este asunto, de modo que será mejor que termine.” Eso no es una terminación.
Si ya se ha dicho todo cuanto se tenía que decir, ¿por qué no dar el golpe de gracia directamente, sentarse, y poner fin?
Está luego el orador que dice cuanto tenía que decir y luego no sabe cómo finalizar.
¿El remedio? Un final debe ser planeado con tiempo, ¿no es verdad? ¿Es prudente tratar de planearlo frente al auditorio, sometidos al esfuerzo y a la tensión del discurso, ocupada la mente en lo que estamos diciendo? ¿No sugiere el sentido común la conveniencia de prepararlo tranquilamente de antemano? Hasta los oradores tan consumados, con su admirable dominio de la lengua castellana, sentían la necesidad de escribir y aprender de memoria las palabras exactas con que pensaban terminar sus discursos. Es menester que se sepa  muy definidamente con qué ideas o imágenes se terminará. Se debe ensayar el final varias veces, para lo cual no será necesario que se emplee exactamente la misma fraseología cada vez, aunque sí que ponga claramente las ideas en palabras.
Un discurso improvisado, durante su pronunciación, debe muchas veces ser alterado grandemente; ha de cortárselo y mutilárselo para hacer frente a circunstancias imprevistas, para armonizar con las reacciones de los oyentes; por esto, es muy prudente tener dos o tres terminaciones preparadas. Si una de ellas no viene a pelo, otra probablemente sí venga. Se necesita, evidentemente, mejor  preparación, más práctica.

Muchos novicios terminan inesperadamente. Ese método de terminar carece por completo de tersura, de retoque. A decir verdad, no tienen terminación, se limitan a cesar de improviso, bruscamente. El efecto es desagradable, revela inexperiencia. Es como si un amigo, en una reunión, dejara de conversar repentinamente con nosotros y saliera de la sala sin despedirse.

¿Cómo puede un principiante desarrollar el sentido apropiado para terminar un discurso? ¿Por reglas mecánicas? No.  Debe ser resuelto por presentimiento, por intuición.
Sin embargo, este sentido puede ser cultivado. Esta pericia puede ser desarrollada en parte, estudiando las maneras en que oradores consumados han rematado sus piezas oratorias.
Leamos la última parte del famoso Discurso de la trenza, de Echegaray, que le valió un ministerio. Díaz Caneja ha pronunciado un minucioso discurso en pro de la unidad católica, y llega a decir que la Iglesia nunca ha perseguido a las personas. Entonces Echegaray se levanta y replica con un brioso discurso cuyo final es así:
“En  esos bancos alternantes del Quemadero de la Cruz veréis capas  de carbón impregnadas en grasa  humana, y después restos de huesos calcinados, y después una capa de arena que se echaba para cubrir todo aquello; y luego otra capa de carbón, y luego otra de huesos y otra  de arena, y así continúa la horrible masa. No ha muchos días, y yo respondo del hecho, revolviendo unos chicos con un bastón, sacaron de esas capas de ceniza tres objetos que tienen grande elocuencia, que son tres grandes discursos en defensa de la libertad religiosa. Sacaron un pedazo de hierro oxidado, una costilla humana calcinada casi toda ella,  y una trenza de pelo quemada por una de sus extremidades. Esos tres argumentos son muy elocuentes. Yo desearía que los señores que defienden la unidad religiosa los sometieran a severo interrogatorio; yo desearía que preguntasen a aquella trenza cuál fue el frío sudor que empapó su raíz al brotar la llama de la hoguera, y cómo se erizó sobre la cabeza de la víctima. Yo desearía que preguntasen a la pobre costilla cómo palpitaba contra ella el corazón de la infeliz judía. Yo desearía que preguntasen a aquel pedazo de hierro, que fue quizá una mordaza, cuántos ayes dolorosos, cuántos gritos de angustia ahogó, y cómo se fue oxidando al recibir el ensangrentado aliento de la víctima, con lo cual el duro hierro tuvo más entrañas, tuvo más compasión, fue más humano, se ablando más que los infames verdugos de aquella famosa teocracia”.
El final queda redondo, terminado.

Uno de los más famosos discursos de Castelar, es el que pronunció en la Cámara de Diputados en defensa de la libertad de cultos. Duró casi una hora  y  terminó de la siguiente manera:

"Grande es Dios en el Sinaí; el trueno le precede, el rayo le acompaña,  la luz le envuelve, la tierra  tiembla, los montes se desgajan; pero hay un Dios más grande, más grande todavía, que no es el majestuoso Dios del Sinaí, sino el humilde Dios del Calvario, clavado en una cruz, herido, coronado de espinas,... y yo, en nombre de esta religión, en nombre del Evangelio, vengo aquí a pediros que escribáis al frente de vuestro código fundamental la libertad religiosa, es decir, libertad, fraternidad, igualdad entre todos los hombres."

Pero  nosotros  no iremos,  probablemente, a pronunciar discursos en la Cámara. de Diputados. Quizá nuestro problema nunca llegue a más que a cerrar un discurso periodístico frente a nuestros oyentes. ¿Es poco?

RESUMAMOS LOS PUNTOS
Hasta en discursos de sólo tres a cinco minutos de duración, el orador puede llegar a cubrir tantos puntos diferentes que al final el auditorio no los recuerde claramente. Sin embargo, pocos oradores se dan cuenta de esto. Llegan a creer, erróneamente, que porque estos puntos sean tan claros como cristal en sus propias mentes, deben resultar igualmente diáfanos a los oyentes. Están muy errados. El orador ha considerado por cierto tiempo sus ideas. Pero para el auditorio son completamente nuevas. Un político irlandés ha dado esta receta para hacer un discurso: "Primero digámosles qué les vamos a decir. Segundo, digámosles. Tercero, digámosles que les hemos dicho".
No está mal. Muchas veces es sumamente ventajoso "decirles qué les hemos dicho". Brevemente, desde luego,  rápidamente, un simple bosquejo, un sumario.
He aquí un ejemplo de un gerente de tránsito de un ferrocarril:
"En resumen, caballeros, nuestra propia experiencia con este mecanismo, la experiencia recogida en otras partes del país, los sólidos principios de su funcionamiento, y la innegable demostración del dinero ahorrado en un año para seguridad contra accidentes, me mueven a recomendar vehementemente y con plena responsabilidad, su adquisición  inmediata en nuestro ferrocarril."

¿Está claro lo que ha hecho? Lo podemos ver y sentir sin haber escuchado la otra parte del discurso. Ha condensado en pocas palabras, prácticamente todos los puntos tocados en su discurso. ¿No piensa que un sumario así es muy útil?

 

EXHORTEMOS A LA ACCIÓN

El final  anterior es un ejemplo excelente de final con exhortación a la acción. El orador quiere que se haga algo: que se instale determinado mecanismo en el ferrocarril. Basó su pedido sobre el dinero  que se ahorraría, y los accidentes que se impedirían. El orador quería mover a la acción y lo consiguió.

UNA GALANTERIA SOBRIA Y SINCERA

“Zaragoza, que dio al cristianismo sus innumerables mártires; a la Edad Media sus guerreros; al siglo decimosexto los últimos tributos que lucharon con el absolutismo; a nuestro siglo los héroes de la independencia, que todos los pueblos oprimidos invocan, que todas las generaciones colocarán al lado de los héroes de Salamina y de Platea en el agradecimiento de la humanidad; Zaragoza se alzará a la altura de su historia, y escribiendo la protesta enérgica del derecho, salvará con su actitud y con su ejemplo, que pronto seguirán las demás ciudades, la causa de la libertad y 1a honra de la patria”.

Con estas palabras terminó Castelar su discurso a los federales de Zaragoza, después de votada la Constitución de la monarquía por las Cortes Constituyentes. Esta es una manera admirable de concluir; pero para que sea eficaz, tiene que ser sincera. Nada de adulaciones toscas. Esta suerte de terminación, si no sabe a sincera sabrá a falsa.

TERMINACION HUMORISTICA

“Hay que dejarlos siempre riendo cuando digan adiós." Si tenemos facilidad para ello, y material, magnífico.  Pero, ¿cómo lo haremos? Ese, como decía Hamlet, es el problema. Cada uno debe hacerlo  en su modo particular. Veamos como terminó Posada Herrera un discurso en el  Congreso, en el que hizo una exhortación  a la unión de  los españoles:
"Yo sé que todos deseáis esto mismo, y que si no lleváis  a efecto esta unión es porque en este país conservamos algo de la raza africana.  (Risas) Yo no sé por que os asustáis del sufragio universal. Si no concedéis derecho elector al ciudadano que tiene todos los  demás derechos, al ciudadano completo, ¿con qué derecho venimos aquí nosotros a representar el país?
"Si no Ileváis a efecto la conciliación, creo que no ha de ser por este obstáculo. Será por lo mismo que refiere en un cuento Walter Scott: Un misionero hacía grandes esfuerzos por convertir al cristianismo a un idólatra, y cuando ya el misionero creía haber conseguido la conversión, el idólatra le dijo: “Señor, no os molestéis; conozco que el Dios verdadero es Cristo, pero debo tantos favores al diablo, que no puedo dejar de servirle”. (Risas)

TERMINACION CON UNA CITA POETICA

De todos los métodos de  terminar un discurso, ninguno tan aceptable cuando está bien hecho como el del humorismo y la poesía. Por cierto, que si tenemos la estrofa adecuada para remate del discurso, ello es lo ideal. Da al discurso sabor apetecido. Lo realza, lo dignifica, lo embellece, le presta individualidad. Así terminó Belisario Roldán su Oración a la Bandera:
“Por ella y para ella, todas las vibraciones del cerebro y todas las pujanzas del músculo; por ella y para ella,  soldados, hasta la última gota de sangre de las venas...  Rija nuestra conducta, en las jornadas de paz a que estamos destinados,... y si alguna vez sonara  para la República la hora de la sangre y los clarines, inspírennos siempre, por los siglos de los siglos, aquellas palabras como espartanas de la Canción Nacional:

“¡Coronados de gloria vivamos
O juremos con gloria morir!”

Estos dos versos, dichos en tono vibrante, sacudieron hasta la última fibra del auditorio.

 

LETRAS DE CANCIONES

EL PODER DE UNA CITA BIBLICA

Podemos tenernos por afortunados si tenemos oportunidad de hacer una cita bíblica. Generalmente producen hondo efecto.

Busquemos, estudiemos, probemos, hasta que tengamos una buena conclusión y un buen comienzo. Y luego no los separemos mucho. El orador que no abrevia su discurso a fin de ponerse a tono con este siglo apresurado y febril, será rechazado.
El punto de hartazgo llega muy poco después de haberse alcanzado la cumbre de la popularidad.
Esta misma filosofía se puede aplicar, y debe aplicarse, a la oratoria. Detengámonos mientras el  auditorio está ansioso. Recordemos siempre que "lo bueno, si breve, dos veces bueno; y aún lo malo si breve, no tan malo".
En algunos pueblos africanos cuando un orador habla por largo rato en las reuniones de cierta tribu, el auditorio le hace callar gritando "¡Imetosha!, ¡Imetosha!", que significa         "¡Suficiente!, ¡Suficiente!".
Otra tribu permite que el orador hable por cuanto pueda mantenerse sobre un solo pie. Cuando el dedo gordo del otro pie toca el suelo, se acabó. Tiene que  retirarse.
Y a los auditorios blancos, en general, aunque más corteses, más refrenados, les fastidian los discursos largos tanto como a  los negros del África.

 

Recordemos otros finales:

·      Reflexión
·      Propuesta
·      Invitación a pensar una solución
·      Solución
·      Interrogante
·      Deseo
·      Denuncia
·      Exigir responsabilidades
·      Protesta

SUMARIO

1. El final de un discurso es realmente el elemento más estratégico. Lo que se dice último tiene mayor probabilidad de quedar en la memoria.
2. No terminemos: “Bueno, esto es todo cuanto tenía que decir sobre este asunto, por lo que será mejor que termine”. Terminemos sin decir que vamos a terminar.
3. Planeemos  cuidadosamente el final de antemano. Sepamos casi al pie de la letra como vamos a terminar. Redondeemos el final. No lo dejemos duro y quebrado.
4.   He aquí siete métodos que se pueden emplear para terminar:
a. Resumir, repetir y bosquejar brevemente los puntos principales que hemos  tratado.
b. Exhortar a la acción.
c. Brindar una galantería sincera al auditorio.
d. Provocar risas.
e. Citar algunos versos apropiados.
f. Citar un pasaje de la Biblia.
g. Producir un clímax
5. Busquemos una buena conclusión y un buen comienzo, y luego, no los separemos mucho. Terminemos siempre antes de lo que el auditorio desea.

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