lunes, 2 de julio de 2012

Disciplina Los cuerpos dóciles


Foucault. Michel  Vigilar y Castigarse. Nacimiento de la prisión. Siglo XXI. México. 1975.

Ficha Bibliográfica 


Disciplina
Los cuerpos dóciles


Ha habido, en el curso de la edad clásica, todo un descubrimiento del cuerpo como objeto y blanco de poder. Podrían encontrarse fácilmente signos de esta gran atención dedicada entonces al cuerpo, al cuerpo que se manipula, al que se da forma, que se educa, que obedece, que responde, que se vuelve hábil o cuyas fuerzas se multiplican. El gran libro del Hombre-máquina ha sido escrito simultáneamente sobre dos registros: el anatomo-metafísico, y el técnico-político, que estuvo constituido por todo un conjunto de reglamentos militares, escolares, hospitalarios, y por procedimientos empíricos y reflexivos para controlar o corregir las operaciones del cuerpo, Dos registros muy distintos ya que se trataba aquí de sumisión y de utilización, allá de funcionamiento y de explicación: cuerpo útil, cuerpo inteligible. Dicho escrito es una reducción materialista del alma y una teoría general de la educación, en el centro de las cuales domina la noción de "docilidad" que une al cuerpo analizable el cuerpo manipulable. Es dócil un cuer­po que puede ser sometido, que puede ser utilizado, que puede ser trasformado y perfeccionado. Los famosos autómatas, por su parte, no eran únicamente una manera de ilustrar el organismo; eran también unos muñecos políticos, unos modelos reducidos de poder.
No es la primera vez, indudablemente, que el cuerpo constituye el objeto de intereses tan imperiosos y tan apremiantes; en toda sociedad, el cuerpo queda prendido en el interior de poderes muy ceñidos, que le imponen coacciones, interdicciones u obligaciones. Sin embargo, hay varias cosas que son nuevas en estas técnicas. En primer lugar, la escala del control: no estamos en el caso de tratar el cuerpo, en masa, en líneas generales, como si fuera una unidad indisociable, sino de trabajarlo en sus partes, de ejercer sobre él una coerción débil, de asegurar presas al nivel mismo de la me­cánica: movimientos, gestos, actitudes, rapidez; poder infinitesi­mal sobre el cuerpo activo. A continuación, el objeto del control: no los elementos, o ya no los elementos significantes de la conduc­ta o el lenguaje del cuerpo, sino la economía, la eficacia de los movimientos, su organización interna; la coacción sobre las fuerzas más que sobre  los signos;  la  única ceremonia que  importa es la del ejercicio. La modalidad, implica una coerción ininterrumpida, constante, que  vela sobre los  procesos de la actividad más que sobre su resultado y se ejerce según una codificación que retícula con la mayor aproximación el tiempo, el espacio y los movimientos. A estos métodos que permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garantizan  la sujeción constante de sus fuerzas  y  les imponen   una  relación   de docilidad –utilidad, es lo que se puede   llamar las "disciplinas". Las disciplinas han llegado a ser en el transcurso de los siglos XVII y XVIII unas fórmulas generales de dominación. Distintas de la esclavitud, puesto que no se fundan sobre una relación de apropiación de los cuerpos, es incluso elegancia de la disciplina prescindir de esa relación costosa y violenta obteniendo efecto de utilidad  tan grande por  lo menos.  Distintas también de la  domesticidad, que es una relación de dominación constante, global, masiva, no analítica, ilimitada, y establecida bajo la forma de la voluntad singular del amo, su "capricho".   Distintas; del vasallaje, que es una relación de sumisión extremadamente codificada, pero lejana y que atañe menos a las operaciones del cuerpo a los productos del trabajo y a las marcas rituales del vasallaje. Distintas también del ascetismo y de las "disciplinas" de tipo mo­nástico,  que   tienen   por  función  garantizar  renunciaciones  más que aumentos de utilidad y que, si bien implican la obediencia a otro, tienen por objeto principal un aumento del dominio de cada cual sobre su propio cuerpo. EL momento histórico de   las disciplinas es el momento en que nace la formación de un vínculo que, en el mismo mecanismo, lo hace tanto más obediente cuanto más útil, y al revés.   Fórmase entonces una política de las coerciones que constituyen un trabajo sobre el cuerpo, una manipulación calculada de sus elementos, de sus gestos, de sus comportamientos. El cuerpo humano entra en un meca­nismo de poder que lo explora, lo desarticula y lo recompone. Una "anatomía política", que es igualmente una "mecánica del poder", está naciendo; define cómo se puede hacer presa en el cuerpo de los demás, no simplemente para que ellos hagan lo que se desea, sino para que operen como se quiere, con las téc­nicas, según la rapidez y la eficacia que se determina. La disciplina fabrica así cuerpos sometidos  y ejercitados cuerpos "dóciles". La disciplina aumenta las fuerzas del cuerpo y disminuye esas mismas fuerzas. En una palabra: disocia el poder del cuerpo; de una parte, hace de este poder una "aptitud", una "capacidad" que trata de aumentar, y cambia por otra parte la energía, la potencia que de ello podría resultar, y la convierte en una relación de sujeción estricta. Si la explotación económica separa la fuerza y el producto del trabajo, la coer­ción disciplinaria establece en el cuerpo el vínculo de coacción entre una aptitud aumentada y una dominación acrecentada.
La "invención" de esta nueva anatomía política se debe entender como una multiplicidad de procesos con frecuencia menores, de origen diferen­te, de localización diseminada, que coinciden, se repiten, o se imitan, se apoyan unos sobre otros, se distinguen según su domi­nio de aplicación, entran en convergencia y dibujan poco a poco el diseño de un método general.
No se trata en este texto de hacer la historia de las diferentes instituciones disciplinarias, sino de señalar en una serie de ejemplos algunas de las técnicas esenciales que, de una en otra, se han generalizado más fácilmente.
Técnicas minuciosas siempre, con frecuencia ínfi­mas, pero que tienen su importancia, puesto que definen cierto modo de adscripción política y detallada del cuerpo, una nueva 'microfísica" del poder; y puesto que no han cesado desde el si­glo XVII de invadir dominios cada vez más amplios, como si ten­dieran a cubrir el cuerpo social entero. Pequeños ardides dotados de un gran poder de difusión, acondicionamientos sutiles, de apa­riencia inocente, pero en extremo sospechosos, dispositivos que obedecen a inconfesables economías o que persiguen coerciones sin grandeza, son ellos, sin embargo, los que lían provocado la mutación del régimen punitivo en el umbral de la época contem­poránea. Describirlos implicará el estancarse en el detalle y la atención a las minucias: buscar bajo las menores figuras no un sen­tido, sino una precaución; situarlos no sólo en la solidaridad de un funcionamiento, sino en la coherencia de una táctica. La disciplina es una anatomía política del detalle.
En esta gran tradición de la eminencia del detalle vendrán a alojarse, sin dificultad, todas las meticulosidades de la educación cristiana, de la pedagogía escolar o militar, de todas las formas finalmente de encauzamiento de la conducta.
Una observación minuciosa del detalle, y a la vez una conside­ración política de estas pequeñas cosas, para el control y la utili­zación de los hombres, se abren paso a través de la época clásica, llevando consigo todo un conjunto de técnicas, todo un corpus de procedimientos y de saber, de descripciones, de recetas y de datos. Y de estas fruslerías, sin duda, ha nacido el hombre del hu­manismo moderno.


El  arte de las distribuciones

La disciplina procede ante todo a la distribución de los individuos en el espacio. Para ello, emplea varias técnicas.

  1. La disciplina exige a veces la clausura, la especificación de un lugar heterogéneo a todos los demás y cerrado sobre sí mismo. Lugar protegido de la monotonía disciplinaria. Ha existido el gran "encierro" de los  vagabundos  y  de  los  indigentes;   ha   habido otros más discretos, pero insidiosos y eficaces. Colegios: el modelo de convento se impone poco a poco; el internado aparece como el régimen de educación. Cuar­teles: es preciso asentar el ejército, masa vagabunda;  impedir el saqueo y las violencias; aplacar a los habitantes que soportan mal la presencia de las tropas de paso;  evitar los conflictos con las autoridades civiles; detener las deserciones;  controlar los gastos.
  2. Pero el principio de "clausura" no es ni constante, ni indis­pensable, ni suficiente en los aparatos disciplinarios. El espacio disciplinario tiende a dividirse en tantas parcelas como cuerpos o elementos que repartir hay. Es preciso anular los efectos de las distribuciones indecisas, la desaparición incontrolada de los individuos, su circulación di­fusa su coagulación inutilizable y peligrosa; táctica de antideser­ción, de antivagabundeo, de antiaglomeración. Se trata de establecer las presencias y las ausencias, de saber dónde y cómo encontrar a los individuos, instaurar las comunicaciones útiles, interrumpir las que no lo son, poder en cada instante vigilar la conducta de cada cual, apreciarla, sancionarla, medir las cualidades o los mé­ritos. Procedimiento, pues, para conocer, para dominar y para utilizar. La disciplina organiza un espacio analítico.
  3. La regla de los emplazamientos funcionales va poco a poco, en las instituciones disciplinarias, a codificar un espacio que la arquitectura dejaba en general disponible y dispuesto para varios usos. Se fijan unos lugares determinados para responder no sólo a la necesidad de vigilar, de romper las comunicaciones peligro­sas, sino también de crear un espacio útil.
4.   En la disciplina, los elementos son intercambiables puesto que cada uno se define por el lugar que ocupa en una serie, y por la distancia que lo separa de los otros. La unidad en ella no es, pues, ni el territorio (unidad de dominación), ni el lugar (unidad de residencia), sino el rango: el lugar que se ocupa en una clasi­ficación, el punto donde se cruzan una línea y una columna, el intervalo en una serie de intervalos que se pueden recorrer unos después de otros. La disciplina, arte del rango y técnica para la trasformación de las combinaciones. Individualiza los cuerpos por una localización que no los implanta, pero los distribuye y los hace circular en un sistema de relaciones.

Después de 1762— el espacio escolar se despliega; la clase se torna homogénea, ya no está compuesta sino de elementos individuales que vienen a disponerse los unos al lado de los otros  bajo la mirada del maestro. El "rango", en el siglo XVIII, comienza a de­finir la gran forma de distribución de los individuos en el orden escolar: hileras de alumnos en la clase, los pasillos y los estudios; rango atribuido a cada uno con motivo de cada tarea y cada prue­ba, rango que obtiene de semana en semana, de mes en mes,  de año en año; alineamiento de los grupos de edad unos a continua­ción de los otros; sucesión de las materias enseñadas, de las cues­tiones tratadas según un orden de dificultad creciente. Y en este conjunto de alineamientos obligatorios, cada alumno de acuerdo con su edad, sus adelantos y su conducta, ocupa ya un orden ya otro; se desplaza sin cesar por esas series de casillas, las unas, idea­les, que marcan una jerarquía del saber o de la capacidad, las otras que deben traducir materialmente en el espacio de la clase o del colegio la distribución de los valores o de los méritos. Mo­vimiento perpetuo en el que los individuos sustituyen unos a otros, en un espacio ritmado por intervalos alineados.
La organización de un espacio serial fue una de las grandes mutaciones técnicas de la enseñanza elemental. Permitió sobrepasar el sistema tradicional (un alumno que trabaja unos minutos con el maestro, mientras el grupo confuso de los que esperan permanece ocioso y sin vigilancia). Al asignar lugares individuales, ha hecho posible el control de cada cual y el trabajo simultáneo de todos. Ha organizado una nueva economía del tiempo de aprendizaje. Ha hecho funcionar el espacio escolar como una máquina de aprender, pero también de vigilar, de jerarquizar, de recompensar.
Al organizar las "celdas", los "lugares" y los "rangos", fabrican las disciplinas espacios complejos: arquitectónicos, funcionales y jerárquicos a la vez. Son unos espacios que establecen la fijación y permiten la circulación; recortan segmentos individuales e ins­tauran relaciones operatorias; marcan lugares e indican  valores; garantizan la obediencia de los individuos pero también una mejor economía del  tiempo y de los gestos.  Son  espacios mixtos-reales, ya que rigen la disposición de pabellones, de salas, de mobiliarios; pero ideales, ya que se proyectan sobre la ordenación de las caracterizaciones, de las estimaciones, de las jerarquías. La primera de las grandes operaciones de la disciplina es, pues, la constitución de "cuadros vivos" que trasforman las multitudes con­fusas, inútiles o peligrosas, en multiplicidades ordenadas

El control  de   la actividad

1.   El empleo del tiempo, es una vieja herencia. Las comunidades monásticas habían sin duda sugerido su modelo estricto. Rápida­mente se difundió. Sus tres grandes procedimientos —establecer ritmos, obligar a ocupaciones determinadas, regular los ciclos de repetición— coincidieron muy pronto en los colegios, los talleres y los hospitales. A las nuevas disciplinas no les ha costado trabajo alojarse en el interior de los esquemas antiguos; las casas de edu­cación y los establecimientos de asistencia prolongaban la vida y la regularidad de los conventos, de los que con  frecuencia  eran anejos.
  1. La elaboración temporal del acto. Define una especie de esquema anatomo-cronológico del comportamiento. El acto queda descompuesto en sus elementos; la posi­ción del cuerpo, de los miembros, de las articulaciones se halla definida; a cada movimiento le están asignadas una dirección, una amplitud, una duración; su orden de sucesión está prescrito. El tiempo penetra el cuerpo, y con él todos los controles minuciosos del poder.   
  2. De donde el establecimiento de correlación del cuerpo y del gesto. El control disciplinario no consiste simplemente en enseñar o en imponer una serie de gestos definidos; impone la mejor rela­ción entre un gesto y la actitud global del cuerpo, que es su con­dición de eficacia y de rapidez. En el buen empleo del cuerpo, que permite un buen empleo del tiempo, nada debe permanecer ocioso o inútil: todo debe ser llamado a formar el soporte del acto requerido. Un cuerpo bien disciplinado forma el contexto operatorio del menor gesto. Por ejemplo el maestro hará conocer a los escolares la postura que deben adoptar para escribir y la corre­girá, ya sea por señas o de otro modo, cuando se aparten de ella. Un cuerpo disciplinado es el apoyo de un gesto eficaz.
  3. La articulación cuerpo-objeto. La disciplina define cada una de las relaciones que el cuerpo debe mantener con el objeto que manipula. Entre uno y otro, dibuja aquélla un engranaje cuida­doso. El poder viene a deslizarse sobre toda la superficie de contacto entre el cuerpo y el objeto que manipula; los amarra el uno al otro. Constituye un complejo   cuerpo-arma,   cuerpo-instrumento,   cuerpo-máquina.   Se está lo más lejos posible de aquellas formas de sujeción que no pedían al  cuerpo otra cosa que signos o  productos,   formas de expresión o el resultado del trabajo. La reglamentación impuesta por el poder es al mismo tiempo la ley de construcción de la operación. Y así aparece este carácter del  poder disciplinario: tiene menos una función de extracción que de síntesis, menos de extorsión del producto que de vínculo coercitivo con el aparato de producción.
  4. La utilización exhaustiva. El principio que estaba subyacente en el empleo del tiempo en su forma tradicional era esencialmente "negativo; principio de no ociosidad: está vedado perder un tiempo contado por Dios y pagado por los hombres; el empleo del tiempo debía conjurar el peligro de derrocharlo, falta moral y falta de honradez económica. En cuanto a la disciplina, procura una eco­nomía positiva; plantea el principio de una utilización teórica­mente creciente siempre del tiempo: agotamiento más que em­pleo; se trata de extraer, del tiempo, cada vez más instantes dis­ponibles y, de cada instante, cada vez más fuerzas útiles. Lo cual significa que hay que tratar de intensificar el uso del menor ins­tante, como si el tiempo, en su mismo fraccionamiento, fuera inagotable; o como si, al menos, por una disposición interna cada vez más detallada, pudiera tenderse hacia un punto ideal en el que el máximo de rapidez va a unirse con el máximo de efica­cia.

El cuerpo, al convertirse en blanco para nuevos mecanismos del poder, se ofrece a nuevas formas de saber. Cuerpo del ejercicio, más que de la física especulativa; cuerpo manipula­do por la autoridad, más que atravesado por los espíritus ani­males; cuerpo del encauzamiento útil y no de la mecánica racio­nal, pero en el cual, por esto mismo, se anunciará cierto número de exigencias de naturaleza y de coacciones funcionales.
El cuerpo, al que se pide ser dócil hasta en sus menores operaciones, opone y muestra las condiciones de funcionamiento propias de un orga­nismo. El poder disciplinario tiene como correlato una individua­lidad no sólo analítica y celular, sino natural y orgánica.

La organización  de las génesis

En 1667, el edicto que creaba la manufactura de los Gobelinos preveía la organización de una escuela. El superintendente del real patrimonio había de elegir 60 niños becados, confiados du­rante cierto tiempo a un maestro que les daría "educación e instrucción", y después colocados como aprendices con los diferen­tes maestros tapiceros de la manufactura, los cuales recibían por ello una indemnización tomada de la beca de los alumnos. Después de seis años de aprendizaje, cuatro de servicio y una prueba de suficiencia, tenían derecho a "levantar y abrir establecimiento" en cualquier ciudad del reino. Se encuentran aquí las características propias del aprendizaje corporativo: relación de dependencia in­dividual y total a la vez respecto del maestro; duración estatutaria de la formación que termina por una prueba calificadora, pero que no se descompone de acuerdo con un programa precioso; in­tercambio global entre el maestro que debe dar su saber y el aprendiz que debe aportar sus servicios, su ayuda y con frecuen­cia una retribución. La forma de la servidumbre va mezclada con una transferencia de conocimiento.
La escuela de los Gobelinos no es sino el ejemplo de un  fe­nómeno importante:   el  desarrollo,  en  la  época  clásica,  de   una nueva técnica para ocuparse del tiempo de las existencias singu­lares;  para regir las relaciones del   tiempo, de  los cuerpos   y de las fuerzas; para asegurar una acumulación de la duración, y para invertir en provecho o en utilidad siempre acrecentados el   mo­vimiento del tiempo que pasa. Las disciplinas,  que analizan  el   espacio,  que  des­componen y recomponen las actividades, deben ser también com­prendidas como aparatos para sumar y capitalizar el tiempo. Y esto por cuatro procedimientos, que la organización  militar muestra con toda claridad.

1.   Dividir la duración en segmentos, sucesivos o paralelos, cada uno de los cuales debe llegar a un término especificado. Por ejem­plo, aislar el tiempo de formación y el periodo de la práctica; no mezclar la instrucción de los reclutas y el ejercicio de los vete­ranos; abrir escuelas militares distintas del servicio armado, reclutar los soldados de profesión des­de la más tierna edad, tomar niños, "hacerlos adoptar por la patria, educarlos en escuelas particulares; enseñar sucesivamen­te la posición, luego la marcha, después el manejo de las armas, tras ello el tiro, y no pasar a una actividad hasta que la precedente no esté totalmente dominada.
2.   Or­ganizar estos trámites de acuerdo con un esquema analítico. Lo cual supone que la instruc­ción abandone el principio de la repetición analógica. En el si­glo XVI, el ejercicio militar consistía sobre todo en simular todo o parte del combate, y en hacer crecer globalmente la habilidad o la fuerza del soldado; en el siglo XVIII la instrucción del "ma­nual" sigue el principio de lo "elemental" y no ya de lo "ejem­plar": gestos simples —posición de los dedos, flexión de las pier­nas, movimiento de los brazos— que son todo lo más los compo­nentes de base para las conductas útiles, y que garantizan además una educación general de la fuerza, de la habilidad, de la doci­lidad.
3.   Finalizar estos segmentos temporales, fijarles un término marcado por una prueba que tiene por triple función indicar si el sujeto ha alcanzado el nivel estatutario, garantizar la conformi­dad de su aprendizaje con el de los demás y diferenciar las dotes de cada individuo.
4.   Disponer series de series; prescribir a cada una, según su nivel, su antigüedad y su grado, los ejercicios que le convienen; los ejercicios comunes tienen un papel diferenciador y cada diferen­cia lleva consigo ejercicios específicos. Al término de cada serie, comienzan otras, forman una ramificación, y se subdividen a su vez. De suerte que cada individuo se encuentra incluido en una serie temporal, que define específicamente su nivel o su rango. Polifonía disciplinaria de los ejercicios:
Es este tiempo disciplinario el que se impone poco a poco a la práctica pedagógica, especializando el tiempo de formación y sepa­rándolo del tiempo adulto, del tiempo del oficio adquirido; dis­poniendo diferentes estadios separados los unos de los otros por pruebas graduales; determinando programas que deben desarro­llarse cada uno durante una fase determinada, y que implican ejercicios dé dificultad creciente; calificando a los individuos se­gún la manera en que han recorrido estas series. El tiempo disci­plinario ha sustituido el tiempo “iniciático” de la formación tra­dicional (tiempo global, controlado únicamente por el maestro, sancionado por una prueba única), por sus series múltiples y progresivas. Formase toda una pedagogía analítica, muy minuciosa en su detalle (descompone hasta en sus elementos más simples la materia de enseñanza, jerarquiza en grados exageradamente pró­ximos cada fase del progreso) y muy precoz también en su historia.
La disposición en "serie" de las actividades sucesivas permite toda una fiscalización de la duración por el poder: posibilidad de un control detallado y de una intervención puntual en cada momento del tiempo; posibilidad de caracterizar, y por lo tanto de utilizar a los individuos según el nivel que tienen en las series que recorren; posibilidad de acumular el tiempo y la actividad, de volver a encontrarlos, totalizados, y utilizables en un resultado último, que es la capacidad final de un individuo. Se recoge la dispersión temporal para hacer de ella un provecho y se conserva el dominio de una duración que escapa. El poder se articula directamente sobre el tiempo; asegura su control y garantiza su uso.
Los procedimientos disciplinarios hacen aparecer un tiempo lineal cuyos momentos se integran unos a otros, y que se orienta hacia un punto terminal y estable. En suma, un tiempo "evolu­tivo". En el mismo momento, las técnicas administrativas y económicas de control hacían apa­recer un tiempo social de tipo serial, orientado y acumulativo: descubrimiento de una evolución en términos de "progreso". En cuanto a las técnicas disciplinarias, hacen emerger series indivi­duales: descubrimiento de una evolución en términos de "géne­sis". Progreso de las sociedades, génesis de los individuos, estos dos grandes "descubrimientos" del siglo XVIII son quizá correlati­vos de las nuevas técnicas de poder, y, más precisamente, de una nueva manera de administrar el tiempo y hacerlo útil, por corte segmentario, por seriación, por síntesis y totalización. Una macro una microfísica de poder han permitido, la integración de una dimensión temporal, unitaria, continua, acumulativa en el ejercicio de los controles y la práctica de las dominaciones. La historicidad "evolutiva", tal como se constituye entonces  está vinculada a un modo de funcionamiento del poder.

La composición de fuerzas

La disciplina no es simplemente un arte de distribuir cuerpos, de extraer de ellos y de acumular tiempo, sino de componer unas fuerzas para obtener un aparato eficaz. Esta exigencia se traduce de diversas maneras.

1.   El cuerpo singular se convierte en un elemento que se pue­de colocar, mover, articular sobre otros. Su arrojo o su fuerza no son ya las variables principales que lo definen, sino el lugar que ocupa, el intervalo que cubre, la regularidad, el orden según los cuales lleva a cabo sus desplazamientos. El soldado cuyo cuerpo ha sido educado para funcionar pieza por pieza en operaciones determinadas, debe a su vez constituir elemento en un mecanismo de otro nivel. Se instruirá primero a los soldados uno a uno, después de dos en dos, a continuación  en mayor número...  Se observará  para el manejo de las armas, cuando los soldados hayan sido instruidos en él separadamente, de hacérselo ejecutar de dos en dos,  y hacerles cambiar de lugar alternativamente para que el de  la izquierda  aprenda a regular sus movimientos por el de la   dere­cha. El cuerpo se constituye como pieza de una máquina  multi-segmentaria.
2.   Piezas  igualmente,   las  diversas  series  cronológicas  que  la disciplina debe combinar para formar un tiempo compuesto. El tiempo de los unos debe ajustarse al tiempo de los otros de ma­nera que la cantidad máxima de fuerzas pueda ser extraída de cada cual y combinada en un resultado óptimo.
3.   Esta combinación cuidadosamente medida de las fuerzas exige un sistema preciso de mando. Toda la actividad del individuo disciplinado debe ser ritmada y sostenida por órdenes terminantes cuya eficacia reposa en la brevedad y la claridad; la orden no tiene que ser explicada, ni aun formulada; es precisa y basta que provoque el comportamiento deseado. Entre el maestro que impone la disciplina y aquel que le está sometido, la relación es de señalización: se trata no de comprender la orden sino de percibir la señal, de reaccionar al punto, de acuerdo con un có­digo más o menos artificial establecido de antemano. Situar los cuerpos en un pequeño mundo de señales a cada una de las cua­les está adscrita una respuesta obligada, y una sola: técnica de la educación que "excluye despóticamente en todo la menor obser­vación y el más leve murmullo"; el soldado disciplinado "comienza a obedecer mándesele lo que se le mande; su obediencia es rápida y ciega; la actitud de indocilidad, el menor titubeo sería un cri­men". La educación de los escolares debe hacerse de la misma manera: pocas palabras, ninguna explicación, en el límite un silencio total que no será interrumpido más que por señales: campanas, palmadas, gestos, simple mirada del maestro.

En resumen, puede decirse que la disciplina fabrica a partir de los cuerpos que controla cuatro tipos de individualidad, o más bien una individualidad que está dotada de cuatro características: es celular   (por el juego de la distribución espacial), es orgánica (por el cifrado de las actividades), es genética (por la acumulación del tiempo), es combinatoria   (por la composición de fuerzas).  Y para ello utiliza cuatro grandes  técnicas: construye cuadros; prescribe maniobras; impone ejercicios; en fin, para garan­tizar la  combinación  de  fuerzas,  dispone  "tácticas". La  táctica arte de construir, con los cuerpos localizados, las actividades co­dificadas y las aptitudes formadas, unos aparatos donde el producto  de las  fuerzas  diversas  se encuentra  aumentado   por su combinación calculada, es sin duda la forma más elevada de la práctica disciplinaria.  En este saber,  los teóricos del siglo XVIII veían el fundamento general de toda la práctica militar, desde el control y el ejercicio de los cuerpos individuales hasta la utilización de las fuerzas específicas de las multiplicidades más complejas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario