domingo, 1 de julio de 2012

Santín, Silvio. El desafío futuro de la educación física.


Santín,  Silvio. El desafío futuro de la educación física. Conferencia dictada en el 9º Seminario Internacional de Educación Física, realizado del 20 al 22 de julio de 1995, en Viña del Mar, Chile.



Para iniciar mi intervención en esta mesa redonda, quiero hacerlo de manera provocativa, diciendo que el desafío futuro de la educación física es el presente o está en el presente.
Para justificar esta afirmación, voy ha recordar tres actitudes diferentes asumidas por la humanidad frente a su propio proyecto de vida, dicho de manera más post-moderna, frente a su destino. Durante mucho tiempo la humanidad vivió vuelta hacia el pasado, por lo menos en lo referente a Occidente. Los antropólogos afirman, en relación a las comunidades primitivas, que eran gobernadas por los muertos. Las sociedades desarrolladas o civilizadas de la antigüedad se guiaban, sino por los muertos, por lo menos por un ideal de perfección perdido en los tiempos inmemoriales. La tradición bíblica, la gran inspiradora de la imagen humana occidental, coloca en el Génesis el momento de la plenitud humana, perdida por una rebeldía de los primeros hombres frente a un mandamiento divino. Allí se dio la decadencia de la humanidad. Se volvió pecadora, culpada y condenada al sufrimiento y a la muerte.
Era preciso encontrar un camino de retorno, sino cronológico, al menos que posibilitase la restauración del bienestar primordial. La historia de la salvación, por todos conocida,  garantizaría la recomposición del hombre con su destino y su dignidad.
En la Edad Moderna, la humanidad sustituyó el pasado por el futuro. El cambio de imagen fixista del mundo por la visión evolucionista mostró que la perfección estaría en la frente del hombre. El hombre pasa a ser visto como un proyecto en construcción. El se vuelve criatura y creador de sí mismo. Constructor de la historia. Inventor del conocimiento. Las ciencias se encargan de prever y proyectar el futuro, buscando eliminar las imprevisiones. El hombre pasó a temer lo que podría acontecerle al día siguiente. Su acción no sólo se dirige hacia el mundo exterior, sino que se vuelve sobre sí mismo, buscando inmunizarse, vacunarse y protegerse de los peligros invisibles del futuro. Y cuando las ciencias no son suficientes para esta anticipación del acontecer futuro, nos impulsa a recorrer los artificios de la magia.
Se torna obvio decir que toda educación humana se pautaba por estas cosmovisiones. En ambos casos, la dimensión corporal humana no pasa de ser un subproducto de su existencia. La perfección del hombre estaba centrada en el desarrollo de su mente o inteligencia. La diferencia consiste en que la sabiduría del culto del pasado residía en la experiencia vivida por los ancianos; la sabiduría de los sueños del futuro pertenece a los jóvenes, como esperanza de nuevas realizaciones. El papel de la educación física queda muy bien delimitado y, en general, como una acción represora o exploradora.
La post-modernidad coloca sus pies en lo presente y en lo cotidiano. El pasado y el futuro se encuentran en el presente. La investigación, conocida como nueva historia, ve el pasado como algo inexistente en si mismo. El pasado que llamo del pasado se hace presente por mi comprensión. El acontecer futuro se define por la definición de mi presencia actual.
Este privilegiamiento de lo cotidiano trae consigo una serie de elementos que merecen mucha atención. Voy a referirme a algunos de ellos como, apenas, una mirada horizontal. Comencemos por el ser humano. El perfil del hombre aparece con la imagen de corporeidad o de cuerpo. La presencia del hombre en el mundo es corporal. Cada uno tiene una imagen corporal de si mismo. La psicología, aún la clásica, muestra que los grandes dramas vividos por las personas suceden en el pasaje de las fases etarias. Dos momentos, tal vez, sean los más dramáticos. El primero, cuando se produce la pérdida de la imagen corporal infantil y la construcción de una imagen adulta. El segundo, el más trágico, se da con el envejecimiento y, hoy, más que nunca, la humanidad no acepta la imagen corporal envejecida, porque envejecimiento significa decadencia y fin de la prospectividad. Busca, entonces, por todos los medios, esconderse de él. Estas son consecuencias de colocar nuestra perfección en el futuro. La vejez es el empequeñecimiento de los horizontes futuros y, consecuentemente, la dilatación de los espacios del pasado.
El privilegiamiento de la corporeidad trae consigo, también,  todas sus manifestaciones, antes excluidas por el proyecto de racionalidad. El conocimiento sensible pasa a tener crédito. Es a través de él que el hombre inicia la orientación de su vida. Incluso después de su domesticación racional, percibe que la sensibilidad es una fuente confiable de informaciones seguras para orientar sus decisiones. Los sentimientos no son fenómenos sin fundamento, ellos perciben las apariencias, que el conocimiento científico desprecia y, además, detectan las verdades invisibles que no son alcanzadas por la razón, sino por la sensibilidad. La vida afectiva, emocional y sensual es rehabilitada. El placer deja de ser una cuestión de moral para tornarse un valor antropológico, o sea, una manifestación vital del ser humano. La racionalidad, que, en la modernidad, definía de manera absolutista las relaciones sociales, pierde la exclusividad. Surge, así, la figura de la comunidad emocional caracterizada por la unidad de un destino común, donde el cimiento de la socialidad, como dice Maffesoli, es construido por la costumbre. Por eso es que el puede proponer la ética de la estética.
Para no prolongar demasiado esta descripción, me gustaría decir, ahora con mayor objetividad, que el desafío futuro de la educación física es asumir esta nueva realidad y trazar su intervención en lo cotidiano de la vida. Aceptar la idea de que el futuro de la vida está en su manifestación cotidiana.
Sin pretender elaborar una receta, apuntaría cuatro pasos indispensables para que la educación física enfrente su desafío futuro. Ya fue dicho que no se trata de pronósticos o antevisiones del futuro, sino de un diagnóstico minucioso del presente, de lo cotidiano, de lo que está aconteciendo.

Primer paso. Capacidad comunicativa


La educación física enfrenta su desafío comenzando por elaborar su propio discurso. No puede ser un discurso hermético, circunscrito a un grupo de especialistas. Precisa aprender el lenguaje de la corporeidad. Más que conocer científicamente y dominar técnicamente el cuerpo y el movimiento, es preciso aprender a comunicarse con él. El cuerpo no puede ser reducido a una arquitectura mecánica, y el movimiento no se limita a las leyes de la física.
Cuerpo y movimiento pueden ser parte de las instancias del arte, del lenguaje, del sentimiento. Solamente una comunicación dialogal puede ser legítima. No puede ser hecha en una relación de sujeto-objeto. La educación física precisa instaurar un diálogo con el ser humano, pero no un diálogo de lenguaje conceptual, que no hable de la inteligencia, sino que hable de la corporeidad, del movimiento, de la gestualidad. Sin conocer el lenguaje del cuerpo, se torna difícil la comunicación.
Después de garantizar ese diálogo interno, después de dominar el lenguaje del mundo de actuación, la educación física podrá comunicarse con las otras áreas del saber humano, con autonomía y credibilidad. Siendo creadora de su discurso, aunque no sea científico, ella será capaz de dialogar con los otros. El diálogo exige que los interlocutores tengan cosas que comunicar. Hasta ahora, la educación física se sometió al dominio del discurso de las ciencias.

Segundo paso. Alfabetización del hombre corporal


El segundo paso es decisivo. La educación física precisa convencerse que falta, en la historia del hombre, la alfabetización corporal. Hasta ahora el hombre fue alfabetizado en la inteligencia. Toda enseñanza-aprendizaje está limitada al proceso de desarrollo del arte de pensar o en la aprehensión de contenidos inteligibles. Se supone que el lenguaje humano se constituye de palabras, de conceptos, o sea, del hecho lingüístico o, para usar la expresión de Austin, del acto del habla.
El cuerpo también habla. Según Merleau-Ponty, el cuerpo es expresión y palabra (Phénomenologie de la pérception, p. 203-232). Mientras tanto, no aprendemos a leer el cuerpo. Sin duda, no tiene un alfabeto universal, una gramática o una sintaxis común. Pero él habla el lenguaje de la emoción, de la pasión, del sentimiento. El lenguaje de las necesidades, de los deseos, de la presencia.
Alfabetizar al hombre para aprender ese lenguaje que, a mi entender, constituye el cierre de la acción pedagógica de la educación física. Galileo habló que era preciso aprender a leer el mundo, y dijo que su escrito era matemático. El hombre moderno no aprendió este lenguaje del mundo, pero lo transfirió y utilizó para la lectura del cuerpo humano. Fuimos reducidos a objetos cuantificables y mensurables. Nos volvimos números, cifras, cálculos y asumimos dimensiones, formas y fórmulas geométricas.
Fue este el discurso que la educación física asumió para entrenar y domesticar el cuerpo, volviéndolo disciplinado, funcional y productivo.

Tercer paso. Solidaridad orgánica


El tercer paso consiste en trabajar con la idea de que el ser vivo está dotado de una solidaridad orgánica (Maffesoli). El no puede ser visto como una máquina donde las células están relacionadas por una causalidad lineal y secuencial, donde cada célula involucra a la otra, pero no hay un vínculo colectivo de unidad, a no ser su funcionalidad. A esto Maffesoli lo llama solidaridad mecánica. El ser vivo, por el contrario, establece una relación de sentimiento. Ante cualquier alteración que se da en una célula, todo el organismo tiene conocimiento y se dispone a socorrer al punto alterado en caso de necesidad. Un estímulo direccionado para cualquier parte del cuerpo moviliza a todo el sistema. Por esto, el orden biológico es una compleja red de comunicación. El organismo, más que un conjunto de partes, es un sistema de comunicación solidaria. Basado en estos descubrimientos de la biología, Niklas Ludman dice que “la sociedad no es compuesta de seres humanos, sino de comunicaciones” (Niklas Ludman. Sociedad y sistema: la ambición de la teoría, p. 27)
El tratamiento mecanicista es una violencia contra la propia organización comunicativa de la corporeidad. No sabemos si la fatiga es un desequilibrio o si es una defensa del organismo, en este proceso de informaciones y de órdenes que el propio organismo elabora.

Cuarto paso. La restauración del hombre aestheticus

Por fin, la educación física trabajaría directamente para la educación del Homo Aestheticus. Ya Friedrich Schiller, en su obra Cartas para la educación estética del hombre, propone el desarrollo del impulso sensible, vinculado a la apariencia, esto es, a la belleza y a lo lúdico. En un largo tratado, Luc Ferry describe la imagen del homo aestheticus, cuyas características pertenecen al orden de la belleza, del gusto, del sentimiento, del arte.
La sensibilidad humana fue rebajada, despreciada y excluida de la convivencia pública. Ella encontró su espacio limitado, en la vida privada. Fue relegada al hogar, al lugar de la vida íntima, al lugar de la mujer, por señal, la única que puede manifestar públicamente sus sentimientos y que puede asumir la sensibilidad como característica de su personalidad.
El hombre aesthéticus encuentra en la figura de Dionisio su manifestación plena, así como Apolo lo era para el homo sapiens, y Prometeo, para el homo faber.
La educación física tiene como desafío acreditar que el hombre aesthéticus tiene lugar en el mundo contemporáneo, el vive la vida, el no vive para trabajar, para ir al cielo, para conquistar el poder. El vive porque vive. Así como el poeta medieval Silésio dice: “La flor es sin por qué, florece por florecer, no mira para sí misma, ni pregunta si alguien la ve” (En Carnerio Leo, Aprendendo a pensar, p. 267)


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