jueves, 5 de julio de 2012

El desarrollo de un discurso destinado a convencer. El comentario


“Manual urgente para radialistas apasionados”. José Ignacio López Vigil.

El desarrollo de un discurso destinado a convencer. El comentario

Un antiguo refrán periodístico del mundo anglosajón dice: facts are sacred, comments are free (los hechos son sagrados, los comentarios son libres). Desde el siglo pasado, quedaron establecidos y separados los dos subgéneros fundamentales de la profesión: el informativo y el de opinión.
La información, según este esquema clásico, es objetiva. La opinión, subjetiva. La información, salvo en el caso de los corresponsales, no se firma, es anónima. De la opinión, por el contrario, se hace responsable el periodista que la expresa. La información (se vincula con la realidad) relata un hecho, no busca otra cosa que darlo a conocer. La opinión emite juicios de valor sobre ese hecho y pretende que otros compartan esos juicios, es decir, se convenzan.
Informar y valorar. Son éstas las dos funciones básicas del periodismo, las que se enseñan en todas las facultades y se leen en todos los manuales. Dos funciones que hicieron agua durante la Segunda Guerra Mundial, cuando lectores y oyentes necesitaban más elementos para entender lo que acontecía en el mundo, dando origen al llamado periodismo interpretativo.
La nota, con todas sus variantes, es el formato más socorrido para el ejercicio del periodismo informativo. El editorial y las entrevistas, también con todas sus variantes, son los formatos más usados en el periodismo de opinión. A estos últimos nos abocaremos ahora. En efecto, estamos ante uno de los formatos periodísticos más controversiales. Para algunos, un noticiero sin editorial  queda hueco, desaprovechada la tribuna. Otros, en cambio, lo declaran obsoleto y prescinden de él. ¿Qué se esconde detrás de posiciones tan encontradas? Algunas emisoras, más que como medio de comunicación, se conciben como instrumentos de propaganda. Propaganda política, gremial o religiosa. En estos casos, la impaciencia proselitista gobierna la programación y se traduce en mensajes y lenguajes autoritarios.  Digamos la verdad, nuestra verdad. Ningún formato se presta mejor que el editorial para estos adoctrinamientos: rápido, directo y a una sola voz, para imponer una sola opinión.
En el otro extremo, topamos con las radios de fines lucrativos. Para éstas, la emisora no es otra cosa que un aparato de publicidad. El arte del buen vendedor, como todos sabemos, es el de complacer siempre al posible cliente, el de no tomar más partido que aquél que me permita asegurar el mayor ingreso. Estas emisoras, naturalmente, evitarán los editoriales invocando la objetividad del periodismo. 0 redactarán repeticiones de lo que otros han dicho y todo el mundo ya sabe. No meterse para no comprometerse, ésa es la consigna. Los editoriales resultan tan útiles como opcionales en una programación bien balanceada. Como todo programa bien orientado, el editorial es un servicio al público, responde a la necesidad de aclarar y valorar un hecho de actualidad o una determinada situación social.
Aclaremos los términos: el editorial y el comentario son la misma cosa. No cambia la forma, sino la firma. Los editoriales suelen ser anónimos porque expresan la opinión de los dueños del medio, del editor. Los comentarios sí van firmados, sus conceptos son responsabilidad exclusiva del periodista que los redacta.
Y los editoriales deben abordar las más variadas temáticas, hoy sobre la crisis del gabinete, mañana sobre la vacuna  y pasado sobre la momia Juanita. Por eso, las emisoras astutas cuentan con un equipo de comentaristas: uno más especializado en temas económicos, otro en políticos, una dominando el ámbito internacional, otro para deportes y otra para el mundo del espectáculo. La línea editorial, por convicción pluralista o por simple necesidad, se vuelve colectiva.

Los comentarios se escriben. Otros formatos se pueden improvisar o resolver con un guión y unas anotaciones ligeras. El pensamiento editorial de una emisora, por su posición ante hechos conflictivos de la actualidad, obliga a cuidar hasta las comas, no permite abandonar al ímpetu del momento. Ahora bien, antes de escribir, antes de agarrar el bolígrafo o sentarse frente a la computadora, el comentarista solucionará dos cuestiones básicas:

1°. ¿Qué quiero decir? Pregunta obvia. Tan previa, que la presuponemos y acabamos amontonando palabras sin tener clara la idea que queremos desarrollar. Antes de escribir el primer renglón, respóndase: ¿qué voy a decir? No divague con usted mismo, no confíe en su gran experiencia. ¿Que ya tiene seleccionado el tema? No basta. Un mismo tema puede ser enfocado desde múltiples ángulos.
El tema es el objeto a tratar. Ahora falta el objetivo, es decir, la finalidad, a dónde quiero ir a parar con ese tema. Por ejemplo, vamos a comentar sobre el aborto. ¿Qué quiero decir sobre el aborto? Aprobarlo o condenarlo son posiciones muy generales. Concretemos la intención: mostrar las consecuencias sicológicas en la mujer, alegar por su despenalización, exigir condiciones sanitarias mínimas en esas clínicas clandestinas... Formule en una frase breve la idea central que usted quiere comunicar a su audiencia. Repito: la idea. No las ideas. Una sola. Ni cuatro ni dos ni siquiera una y media. Una idea central y precisa: no pretenda explicar la economía mundial en un comentario de pocos minutos. No trate de abarcar mucho porque apretará muy poco. Una idea rectora: las demás se le subordinarán, estarán o dejarán de estar en el libreto sólo si apoyan a la idea central. De esta manera, toda su energía, su capacidad de convicción, estará dirigida por y para ese objetivo.

2°. ¿A quién me dirijo? No basta repetir el target de la emisora, el perfil de oyentes al que llegamos con nuestro programa: adultos o jóvenes, mujeres o varones, clases A, B, C, D.. No es suficiente, porque la intencionalidad que le hemos dado al tema segmenta aún más al público. ¿A quiénes queremos convencer con nuestro editorial? En el ejemplo del aborto, ¿a quiénes nos dirigimos prioritariamente, a las mujeres que abortan, a los religiosos que las condenan, a los juristas que se desentienden, a los médicos inescrupulosos? Está bien, nos dirigimos a la opinión pública. Pero en el interior de esa opinión pública ‑ancha y ajena‑ debemos ver un rostro especifico, un interlocutor preferencial Con mucha frecuencia, ese rostro será el de aquellos que no comparten nuestras ideas, opositores o indecisos. Y es que no editorializamos para convencer a los convencidos, sino para sumar más gente a las justas causas de la sociedad. Esto implica, como veremos, pensar todo el análisis del comentario desde los esquemas antagónicos, desde los argumentos - o prejuicios ‑ de aquellos a quienes queremos convencer. Para comentar, hay que situarse en la mente del otro.
Precisado el tema y el público, llega el momento creativo, el de la redacción. ¿Alguna técnica, algún truco para enfrentar el papel en blanco? Pues sí. A pesar de la gran variedad de formas para elaborar un editorial, bajo todas ellas se esconde un esquema similar, pero que solo nos orienta.

Estructura tríptica del comentario

Todos los manuales coinciden en la necesaria brevedad de los comentarios y editoriales. ¿Cuánto tiempo? Tres minutos. ¿Cuatro minutos? No más. Cinco, ya es largo. Porque la mayoría de los editoriales no cuentan con otro recurso radiofónico que la voz de quien los lee. Y porque mientras más definida esté la idea, menos rodeos necesita el comentarista. Disponemos pues, de pocos minutos para nuestro comentario. Concisión y brevedad. Que esté bien clara la idea central y en el menor tiempo posible. Razón de más para conocer y dominar su estructura interna.

- Primer momento: CONTAR UN HECHO
No partamos de tesis abstractas ni de considerandos. Comience contando algo. Comience contando algo de alguien. Expresar las ideas a través de los hechos y los hechos a través de las personas. A nadie impacta el replanteo jurídico de los embarazos voluntariamente interrumpidos. Pero nos duele: Paulita, salteña de 14 años, violada y embarazada por su tio al borde de la muerte por un aborto realizado con agujas caseras que le perforaron el útero.
La lógica de un editorial es siempre inductiva: de lo local a lo global, del caso particular a la situación estructural. No presente premisas generales para ilustrarlas después con ejemplos. Haga exactamente lo contrario: abra con el ejemplo, con la anécdota, con la noticia que acaba de ocurrir. Comience por el arbolito. Luego alejaremos la cámara para ver todo el bosque.
Este primer momento del editorial busca despertar emociones en el oyente, hablar a su imaginación, hacerle sentir como propio un pedazo de vida ajena. Para ello, el lenguaje narrativo es el más adecuado, el que nos permite captar más rápidamente la atención del oyente y tocar su sensibilidad. Del corazón a la razón, ése es el camino que emprendemos.

- Segundo momento: ANALIZAR EL HECHO
¿Qué profundidad tiene el hecho contado, por qué ocurrió así? Analizar es escarbar, revelar los hilos secretos, desatar los nudos, señalar las causas y los efectos, deslindar responsabilidades. Los hechos tienen relaciones entre sí, se explican unos por otros. Vamos a ampliar también la panorámica: el caso de Paulita no es único ni está aislado. Hay miles de chicas en América Latina en situaciones similares. Amplitud y profundidad. Elementos cuantitativos y cualitativos. Datos y argumentos, he aquí los componentes básicos de todo buen análisis. Necesitamos datos, cifras exactas. De nada sirven esos comentarios que remiten a generalidades y consideraciones piadosas. ¡Cuántas veces se habrá repetido la historia de Paulita...! Diga que sólo en la provincia de Buenos Aires hay más de 200 locales clandestinos ‑ que muchos conocen ‑ donde se hacen abortos en las peores condiciones higiénicas. En Ecuador, la primera causa de muerte entre la población femenina de 15 a 19 años se relaciona con problemas de aborto, parto, postparto y embarazo. Amplíe el lente de su análisis: la Organización Mundial de la Salud afirma que cada año mueren en el mundo 70 mil mujeres a causa de abortos practicados sin las más elementales normas sanitarias. Tampoco hay que ahogar al oyente en un mar de estadísticas. Con uno o dos datos bien explicados, bien comparados, será suficiente para fundamentar nuestra idea. Por cierto, estos datos no caerán del cielo. Hay que buscarlos. Hay que consultar libros y archivos, navegar en Internet.
Necesitamos argumentos, es decir, razones e intuiciones que acompañen la reflexión del oyente y hagan sensata nuestra postura. Muchos editorialistas se ahorran este esfuerzo. Pasan directamente del planteamiento del problema a su posible solución. Tal cortocircuito quita toda seriedad al comentario, lo vuelve demagógico. Una posición sin argumentos resulta imposición y sólo interesa a los fanáticos. Un buen analista tiene que conocer y tomar muy en cuenta los argumentos contrarios a los suyos. ¿Paulita estará pagando su pecado por haber ido a abortar? Y el pecado del violador, ¿quién lo cobra? El articulo...  del código penal (delitos contra la vida) autoriza el aborto de una mujer violada solamente si ésta es idiota o demente. ¿Y Paulita? Como no lo es, si llega a salvarse de la curación, será reprimida con prisión. ¿Y el violador? Si las hijas de los diputados fueran las violadas, ¿votarían éstos a favor de tales leyes?

- Tercer momento: RESOLVER EL HECHO
Si ya vimos qué pasa, si ya entendimos por qué pasa, imaginemos ahora cómo solucionar la situación planteada. Es tiempo de propuestas. En el caso de Paulita, después de argumentar la injusticia cometida contra ella (por el tío, por el medico y por las leyes), después de mostrar las abrumadoras cifras de muertes en estos locales clandestinos, la emisora puede abanderarse en favor del aborto terapéutico y  por razones de violación o estupro. Puede proponer su despenalización en el ámbito parlamentario y exigir clínicas que hagan esta operación en condiciones higiénicas.
Otras veces, el tema abordado no permite una solución concreta o a corto plazo. Tal vez editorializamos sobre el coche bomba que dejó tres muertos y treinta heridos. ¿Qué propondremos, que agarren pronto a los terroristas? En realidad, el comentario tiene muchas puertas de salida. Si hay una solución viable, realista, hay que decirla. Si no es tan evidente, hay que invitar a pensarla. 0 denunciar una situación injusta. 0 llamar a la movilización ciudadana. 0 exigir responsabilidades. 0 felicitar una obra bien terminada, ya que no todo comentario tiene que volcarse sobre las carencias, también debemos destacar los logros.
Con cualquiera de estos verbos ‑ proponer o protestar, anunciar o denunciar ‑ la emisora está tomando posición explícita frente a lo bueno, lo malo y lo feo de esta sociedad.
Relatar, analizar y resolver: tres momentos del comentario, tres pivotes de un método que consistía en ver la realidad, juzgarla y actuar sobre ella. Porque esta estructura se corresponde con nuestras facultades: memoria (para no olvidar lo que pasa), entendimiento (para interpretarlo correctamente) y voluntad (para no quedarse filosofando sobre el mundo, sino intentar cambiarlo).

Vayamos ahora a cuestiones de lenguaje. Un editorialista cuida mucho la entrada, los primeros segundos donde se gana o pierde a la gran mayoría de oyentes. No entre diciendo lo que va a decir: Amigos, el comentario de hoy tratará... Trataría, dijo el que cambió de emisora. No empiece con rodeos y excusas: Hoy podríamos hablar sobre la huelga estudiantil, pero tal vez sería mejor... Tampoco se le ocurra comenzar con una frase plana, desnuda: El problema del desempleo tiene como causa principal... Piense bien su primera frase. Quedamos en que va a contar un hecho, ¿no es así? Pues arranque, entonces, con algo concreto, llamativo.
Las sugerencias (recordar apunte El inicio de un comentario) para encabezar los comentarios son: una entrada descriptiva (La calle estaba vacía, peligrosamente vacía); una pregunta provocativa (¿Cuántos visones hay que matar para hacer un abrigo?); una frase ingeniosa (Amaos los unos sobre los otros); una cita célebre (La justicia militar es a la justicia lo que la música militar es a la música), etc.
La primera frase permite captar, en buena medida, el interés del público. Mientras no se demuestre lo contrario, hay que presuponer que el oyente está distraído. Haga la prueba: compare dos entradas referidas a la misma situación, una expositiva (La inseguridad ciudadana aumenta día a día) y otra narrativa (Cuando Jorge García atravesó el parque solitario, no sabía lo que le esperaba...) Somos curiosos, no podemos negarlo. Y en esa curiosidad se apoya el buen comentarista para cumplir su primera misión radiofónica: capturar la atención del oyente.
Si importante es la entrada, más aún la salida. No hay duda de que el principio y el final son las partes más difíciles de cualquier emisión radiofónica. Pero tengamos en cuenta siempre que, por lo general, será recordado por sus palabras finales.
Este remate puede hacerse, igualmente, con una expresión ingeniosa, un refrán oportuno, una pregunta pícara. Muchos comentaristas conocen el truco de cerrar el círculo, de retomar a la salida el mismo gancho de la entrada. La frase que sirvió de aperitivo se torna postre y el oyente queda con la grata sensación de un pensamiento acabado, rotundo (ver apunte el cierre de un comentario).
Entre el comienzo y el cierre, está el cuerpo del comentario cuyo lenguaje tampoco debemos descuidar. Todo el texto, por ser breve y compacto quedará bien pulido, trabajando comparaciones, juegos de palabras, golpes de efecto, interpelaciones directas al oyente, todos los recursos de la buena retórica y del lenguaje radiofónico, acomodados al público concreto al que nos dirigimos, a su cultura, a su humor. Repitamos: no es el oyente quien debe adaptarse al comentarista, sino el comentarista al oyente.

El editorial ilustrado

¿Qué tal si ambientamos el editorial -o un fragmento del mismo‑ con un fondo musical apropiado? Nadie lo prohibe. ¿Y si le creamos un escenario sonoro? Por ejemplo, en el mencionado tema del aborto, podrían escucharse en tercer plano los gritos de angustia de una mujer. ¿Por qué no? ¿Le resta credibilidad o le suma emoción al comentario?
También podemos incorporar un pequeño diálogo, un par de frases expresivas (sea en boca del mismo comentarista o grabado en otras voces e insertado durante el comentario):
Otros comentaristas, tanto en radio como en periódicos, recurren con gran éxito a minicuentos o parábolas referidas a una determinada coyuntura política o a un hecho noticioso. A fábulas con sus correspondientes moralejas sociales. A la supuesta carta de un niño huérfano. 0 al mensaje cifrado de un extraterrestre que deduce la asexualidad de los humanos después de viajar por varios parlamentos latinoamericanos y cruzarse en ellos sólo con varones.
En todos estos experimentos, propios de las mejores creatividades, el esquema inductivo se mantiene: de una situación concreta ‑ real o ficticia ‑ nos remontamos al análisis más global y luego inferimos una conclusión.

 


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