“Manual urgente para radialistas
apasionados”. José Ignacio López Vigil.
El desarrollo de un discurso destinado a convencer. El
comentario
Un antiguo refrán
periodístico del mundo anglosajón dice: facts
are sacred, comments are free (los hechos son sagrados, los comentarios son libres). Desde
el siglo pasado, quedaron establecidos y separados
los dos subgéneros fundamentales de la profesión: el informativo y el de opinión.
La
información, según este esquema clásico, es objetiva. La opinión, subjetiva.
La información, salvo en el caso de los corresponsales, no se firma, es
anónima. De la opinión, por el contrario, se hace responsable el periodista que
la expresa. La información (se vincula con la realidad) relata un hecho, no
busca otra cosa que darlo a conocer. La opinión emite juicios de valor sobre ese
hecho y pretende que otros compartan esos juicios, es decir, se
convenzan.
Informar
y valorar. Son éstas las dos funciones básicas del periodismo, las
que se enseñan en todas las facultades y se leen en todos los manuales. Dos
funciones que hicieron agua durante la Segunda Guerra
Mundial, cuando lectores y oyentes necesitaban más elementos para entender lo
que acontecía en el mundo, dando origen al llamado periodismo interpretativo.
La nota, con
todas sus variantes, es el formato más socorrido para el ejercicio del
periodismo informativo. El editorial y las entrevistas,
también con todas sus variantes, son los formatos más usados en el periodismo
de opinión. A estos últimos nos abocaremos ahora. En efecto, estamos ante uno
de los formatos periodísticos más controversiales. Para algunos, un noticiero
sin editorial queda hueco,
desaprovechada la tribuna. Otros, en cambio, lo declaran obsoleto y prescinden
de él. ¿Qué se esconde detrás de posiciones tan encontradas? Algunas
emisoras, más que como medio de comunicación, se conciben como instrumentos de
propaganda.
Propaganda política, gremial o religiosa. En estos casos, la impaciencia
proselitista gobierna la programación y se traduce en mensajes y lenguajes autoritarios. Digamos la verdad, nuestra verdad. Ningún
formato se presta mejor que el editorial para estos adoctrinamientos: rápido, directo y a una sola voz, para imponer una
sola opinión.
En el
otro extremo, topamos con las radios de
fines lucrativos. Para éstas, la emisora no es otra cosa que un aparato de
publicidad. El arte del buen vendedor, como todos sabemos, es el de complacer
siempre al posible cliente, el de no tomar más partido que aquél que me permita
asegurar el mayor ingreso. Estas emisoras, naturalmente, evitarán los
editoriales invocando la objetividad del periodismo. 0 redactarán repeticiones
de lo que otros han dicho y todo el mundo ya sabe. No meterse para no comprometerse,
ésa es la consigna. Los editoriales resultan tan útiles como opcionales
en una programación bien balanceada. Como todo programa bien orientado, el
editorial es un servicio al público, responde a la necesidad de aclarar y
valorar un hecho de actualidad o una determinada situación social.
Aclaremos los términos: el
editorial y el comentario son la misma cosa. No cambia la forma, sino la firma.
Los editoriales suelen ser anónimos porque expresan la opinión de los dueños
del medio, del editor. Los comentarios sí van firmados, sus conceptos son
responsabilidad exclusiva del periodista que los redacta.
Y los editoriales
deben abordar las más variadas temáticas, hoy sobre la crisis del gabinete,
mañana sobre la vacuna y pasado sobre la
momia Juanita. Por eso, las emisoras astutas cuentan con un equipo de
comentaristas: uno más especializado en temas económicos, otro en políticos,
una dominando el ámbito internacional, otro para deportes y otra para el mundo
del espectáculo. La línea editorial, por convicción pluralista o por
simple necesidad, se vuelve colectiva.
Los comentarios se escriben.
Otros formatos se pueden improvisar o resolver con un guión y unas anotaciones
ligeras. El pensamiento editorial de una emisora, por su posición ante hechos
conflictivos de la actualidad, obliga a cuidar hasta las comas, no permite
abandonar al ímpetu del momento. Ahora bien, antes de escribir, antes de
agarrar el bolígrafo o sentarse frente a la computadora, el comentarista
solucionará dos cuestiones básicas:
1°. ¿Qué
quiero decir? Pregunta obvia. Tan previa, que la presuponemos y
acabamos amontonando palabras sin tener
clara la idea que queremos desarrollar. Antes de escribir el primer
renglón, respóndase: ¿qué voy a decir? No divague con usted mismo, no confíe en
su gran experiencia. ¿Que ya tiene seleccionado el tema? No basta. Un mismo tema puede ser enfocado desde
múltiples ángulos.
El tema
es el objeto a tratar. Ahora falta el objetivo, es decir, la finalidad, a dónde
quiero ir a parar con ese tema. Por ejemplo, vamos a comentar sobre el aborto. ¿Qué
quiero decir sobre el aborto? Aprobarlo o condenarlo son posiciones muy
generales. Concretemos la intención: mostrar las consecuencias sicológicas en
la mujer, alegar por su despenalización, exigir condiciones sanitarias mínimas
en esas clínicas clandestinas... Formule en una frase breve la idea central que
usted quiere comunicar a su audiencia. Repito: la idea. No las ideas. Una sola.
Ni cuatro ni dos ni siquiera una y media. Una idea central y precisa: no
pretenda explicar la economía mundial en un comentario de pocos minutos. No
trate de abarcar mucho porque apretará muy poco. Una idea rectora: las demás se
le subordinarán, estarán o dejarán de estar en el libreto sólo si apoyan a la
idea central. De esta manera, toda su energía, su capacidad de convicción,
estará dirigida por y para ese objetivo.
2°. ¿A
quién me dirijo? No basta repetir el target de la emisora, el perfil de
oyentes al que llegamos con nuestro programa: adultos o jóvenes, mujeres o
varones, clases A, B, C, D.. No es suficiente, porque la intencionalidad que le
hemos dado al tema segmenta aún más al público. ¿A quiénes queremos convencer
con nuestro editorial? En el ejemplo del aborto, ¿a quiénes nos dirigimos
prioritariamente, a las mujeres que abortan, a los religiosos que las condenan,
a los juristas que se desentienden, a los médicos inescrupulosos? Está bien,
nos dirigimos a la opinión pública. Pero en el interior de esa opinión pública ‑ancha
y ajena‑ debemos ver un rostro especifico, un interlocutor preferencial Con
mucha frecuencia, ese rostro será el de aquellos que no comparten nuestras
ideas, opositores o indecisos. Y es que no editorializamos para
convencer a los convencidos, sino para sumar más gente a las justas causas de
la sociedad. Esto
implica, como veremos, pensar todo el análisis del comentario desde los esquemas
antagónicos, desde los argumentos - o prejuicios ‑ de aquellos a quienes
queremos convencer. Para comentar, hay que situarse en la mente del otro.
Precisado
el tema y el público, llega el momento creativo, el de la redacción. ¿Alguna
técnica, algún truco para enfrentar el papel en blanco? Pues sí. A pesar de la
gran variedad de formas para elaborar un editorial, bajo todas ellas se esconde
un esquema similar, pero que solo nos
orienta.
Estructura tríptica del comentario
Todos
los manuales coinciden en la necesaria brevedad de los comentarios y
editoriales. ¿Cuánto tiempo? Tres minutos. ¿Cuatro minutos? No más. Cinco, ya
es largo. Porque la mayoría de los editoriales no cuentan con otro recurso
radiofónico que la voz de quien los lee. Y porque mientras más definida esté la
idea, menos rodeos necesita el comentarista. Disponemos pues, de pocos minutos
para nuestro comentario. Concisión y brevedad. Que esté bien clara la idea
central y en el menor tiempo posible. Razón de más para conocer y
dominar su estructura interna.
- Primer momento: CONTAR
UN HECHO
No
partamos de tesis abstractas ni de considerandos. Comience contando algo.
Comience contando algo de alguien. Expresar las ideas a través de los hechos y
los hechos a través de las personas. A nadie impacta el replanteo
jurídico de los embarazos voluntariamente interrumpidos. Pero nos duele:
Paulita, salteña de 14 años, violada y embarazada por su tio al borde de la
muerte por un aborto realizado con agujas caseras que le perforaron el útero.
La
lógica de un editorial es siempre inductiva: de lo local a lo global, del caso
particular a la situación estructural. No presente premisas generales para
ilustrarlas después con ejemplos. Haga exactamente lo contrario:
abra con el ejemplo, con la anécdota, con la noticia que acaba de ocurrir.
Comience por el arbolito. Luego alejaremos la cámara para ver todo el bosque.
Este primer momento del editorial busca despertar emociones en el oyente, hablar
a su imaginación, hacerle sentir como propio un pedazo de vida ajena. Para
ello, el lenguaje narrativo es el más adecuado, el que nos permite
captar más rápidamente la atención del oyente y tocar su sensibilidad. Del corazón a la razón, ése es el camino que
emprendemos.
- Segundo momento:
ANALIZAR EL HECHO
¿Qué profundidad tiene el
hecho contado, por qué ocurrió así? Analizar es escarbar, revelar los hilos
secretos, desatar los nudos, señalar las causas y los efectos, deslindar
responsabilidades. Los hechos tienen relaciones entre sí, se explican unos por
otros. Vamos a ampliar también la panorámica: el caso de Paulita no es único ni
está aislado. Hay miles de chicas en América Latina en situaciones similares.
Amplitud y profundidad. Elementos cuantitativos y cualitativos.
Datos y argumentos, he aquí los componentes básicos de todo buen
análisis. Necesitamos datos, cifras exactas. De nada sirven esos comentarios
que remiten a generalidades y consideraciones piadosas. ¡Cuántas veces se habrá
repetido la historia de Paulita...! Diga que sólo en la provincia de Buenos
Aires hay más de 200 locales clandestinos ‑ que muchos conocen ‑ donde se hacen
abortos en las peores condiciones higiénicas. En Ecuador, la primera causa de
muerte entre la población femenina de 15 a 19 años se relaciona con problemas de
aborto, parto, postparto y embarazo. Amplíe el lente de su análisis: la Organización Mundial
de la Salud
afirma que cada año mueren en el mundo 70 mil mujeres a causa de abortos
practicados sin las más elementales normas sanitarias. Tampoco hay que ahogar al oyente en un mar de estadísticas. Con uno
o dos datos bien explicados, bien comparados, será suficiente para fundamentar
nuestra idea. Por cierto, estos datos no caerán del cielo. Hay que buscarlos.
Hay que consultar libros y archivos, navegar en Internet.
Necesitamos
argumentos, es decir, razones e intuiciones que acompañen la reflexión del
oyente y hagan sensata nuestra postura.
Muchos editorialistas se ahorran este esfuerzo. Pasan directamente del
planteamiento del problema a su posible solución. Tal cortocircuito quita toda
seriedad al comentario, lo vuelve demagógico. Una posición sin argumentos
resulta imposición y sólo interesa a los fanáticos. Un buen analista
tiene que conocer y tomar muy en cuenta los argumentos contrarios a
los suyos. ¿Paulita estará pagando su pecado por haber ido a abortar? Y el
pecado del violador, ¿quién lo cobra? El articulo... del código penal (delitos contra la vida)
autoriza el aborto de una mujer violada solamente si ésta es idiota o demente.
¿Y Paulita? Como no lo es, si llega a salvarse de la curación, será reprimida
con prisión. ¿Y el violador? Si las hijas de los diputados fueran las violadas,
¿votarían éstos a favor de tales leyes?
- Tercer
momento: RESOLVER EL HECHO
Si ya vimos qué pasa, si ya
entendimos por qué pasa, imaginemos ahora cómo solucionar la situación
planteada. Es tiempo de propuestas. En el caso de Paulita, después de
argumentar la injusticia cometida contra ella (por el tío, por el medico y por
las leyes), después de mostrar las abrumadoras cifras de muertes en estos locales
clandestinos, la emisora puede abanderarse en favor del aborto terapéutico
y por razones de violación o estupro.
Puede proponer su despenalización en el ámbito parlamentario y exigir clínicas
que hagan esta operación en condiciones higiénicas.
Otras veces, el tema
abordado no permite una solución concreta o a corto plazo. Tal vez editorializamos sobre el coche bomba que
dejó tres muertos y treinta heridos. ¿Qué propondremos, que agarren pronto a
los terroristas? En realidad, el comentario tiene muchas puertas de salida.
Si hay una solución viable, realista, hay que
decirla. Si no es tan evidente, hay que invitar a pensarla. 0 denunciar una
situación injusta. 0 llamar a la movilización ciudadana. 0 exigir
responsabilidades. 0 felicitar una obra bien terminada, ya que no todo
comentario tiene que volcarse sobre las carencias, también debemos destacar los
logros.
Con
cualquiera de estos verbos ‑ proponer o protestar, anunciar o denunciar
‑ la emisora está tomando posición explícita frente a lo bueno, lo malo
y lo feo de esta sociedad.
Relatar, analizar y resolver: tres momentos del comentario, tres
pivotes de un método que consistía en ver la realidad, juzgarla y actuar sobre
ella. Porque esta estructura se corresponde con nuestras facultades: memoria
(para no olvidar lo que pasa), entendimiento (para interpretarlo correctamente)
y voluntad (para no quedarse filosofando sobre el mundo, sino intentar
cambiarlo).
Vayamos ahora a cuestiones de lenguaje. Un editorialista cuida mucho la entrada,
los primeros segundos donde se gana o pierde a la gran mayoría de oyentes. No
entre diciendo lo que va a decir: Amigos,
el comentario de hoy tratará... Trataría, dijo el que cambió de emisora. No
empiece con rodeos y excusas: Hoy
podríamos hablar sobre la huelga estudiantil, pero tal vez sería mejor... Tampoco se le ocurra comenzar con
una frase plana, desnuda: El
problema del desempleo tiene como causa principal... Piense bien su primera frase. Quedamos en que va a contar un
hecho, ¿no es así? Pues arranque, entonces, con algo concreto, llamativo.
Las
sugerencias (recordar apunte El inicio de un comentario) para encabezar los comentarios son: una entrada descriptiva (La calle estaba vacía, peligrosamente vacía); una pregunta provocativa (¿Cuántos
visones hay que matar para hacer un abrigo?); una frase ingeniosa (Amaos los unos sobre los otros); una cita célebre (La justicia militar es a la justicia lo que la música militar es a la
música), etc.
La primera frase permite
captar, en buena medida, el interés del público. Mientras no se demuestre lo
contrario, hay que presuponer que el oyente está distraído. Haga la prueba: compare dos entradas
referidas a la misma situación, una
expositiva (La inseguridad ciudadana aumenta día a día)
y otra narrativa (Cuando Jorge García atravesó el parque solitario, no sabía lo que le
esperaba...) Somos curiosos, no podemos negarlo. Y en esa curiosidad se apoya
el buen comentarista para cumplir su primera misión radiofónica: capturar la
atención del oyente.
Si
importante es la entrada, más aún la salida. No hay duda de
que el principio y el final son las partes más difíciles de cualquier emisión
radiofónica. Pero tengamos en cuenta siempre que, por lo general, será
recordado por sus palabras finales.
Este remate puede hacerse, igualmente,
con una expresión ingeniosa, un refrán oportuno, una pregunta pícara. Muchos comentaristas
conocen el truco de cerrar el círculo, de retomar a la salida el mismo gancho
de la entrada. La frase que sirvió de aperitivo se torna postre y el oyente
queda con la grata sensación de un pensamiento acabado, rotundo (ver apunte
el cierre de un comentario).
Entre el
comienzo y el cierre, está el cuerpo del comentario cuyo lenguaje
tampoco debemos descuidar. Todo el texto, por ser breve y compacto quedará bien
pulido, trabajando comparaciones, juegos de palabras, golpes de efecto,
interpelaciones directas al oyente, todos los recursos de la buena retórica y
del lenguaje radiofónico, acomodados al público concreto al que nos dirigimos,
a su cultura, a su humor. Repitamos: no es el oyente quien debe
adaptarse al comentarista, sino el comentarista al oyente.
El editorial ilustrado
¿Qué tal
si ambientamos el editorial -o un fragmento del mismo‑ con un fondo musical apropiado? Nadie lo
prohibe. ¿Y si le creamos un escenario sonoro? Por ejemplo, en el mencionado
tema del aborto, podrían escucharse en tercer plano los gritos de angustia de
una mujer. ¿Por qué no? ¿Le resta credibilidad o le suma emoción al comentario?
También
podemos incorporar un pequeño diálogo, un par de frases expresivas (sea en boca
del mismo comentarista o grabado en otras voces e insertado durante el
comentario):
Otros
comentaristas, tanto en radio como en periódicos, recurren con gran éxito a minicuentos o parábolas referidas a una determinada coyuntura política o a un
hecho noticioso. A fábulas con sus
correspondientes moralejas sociales. A la supuesta carta de un niño huérfano. 0 al mensaje cifrado de un
extraterrestre que deduce la asexualidad de los humanos después de viajar por
varios parlamentos latinoamericanos y cruzarse en ellos sólo con varones.
En todos estos
experimentos, propios de las mejores creatividades, el esquema inductivo se
mantiene: de una situación concreta ‑ real o ficticia ‑ nos remontamos al
análisis más global y luego inferimos una conclusión.
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