Oratoria:
el arte de hablar, disertar, convencer. Jürg Studer.
Editorial
El Drac
Técnicas
de entrenamiento
Después
de tanta teoría sobre la técnica del hablar y del respirar, se plantea
inevitablemente la pregunta de qué ejercicios en concreto pueden resultar recomendables
para mejorar lo uno y lo otro. Los siguientes ejercicios sencillos,
algunos de los cuales puede realizar, por ejemplo, mientras conduce, le
ayudarán a mejorar su técnica de dicción:
·
Practique con varios trabalenguas hasta
conseguir recitarlos cada vez más rápidamente. Pueden servirle, por ejemplo,
los siguientes:
“Tres
tristes tigres comían trigo en un trigal”
“Donde
digo digo no digo digo, sino que digo Diego”
“El
cielo está enladrillado. ¿Quien lo desenladrillará? El desenladrillador que lo
desenladrille, buen desenladrillador será”
·
Practique la pronunciación correcta de
las vocales con sílabas tipo: cua, jue, mue, sie, mie, fie, loa, mue, etc.
·
Cuente y cuéntese historias o chistes
asignando a los diferentes
personajes voces distintas
·
Subraye en un texto aquellas palabras o
frases que usted quiera resaltar - . A continuación grabe ese texto en un CD o
casete (no realice grabaciones de más de diez minutos de duración). Escuche el
texto y compruebe si su entonación y énfasis se corresponden, efectivamente,
con sus intenciones sobre el
texto escrito. Repita el ejercicio
·
Pronuncie ese mismo texto, u otro
distinto, en
tono susurrante, pero siempre comprensible (también aquí conviene
grabarlo). Este ejercicio te obligará a pronunciar de forma especialmente clara
·
Léase un artículo de periódico dos o
tres veces y verbalícelo con sus
propias palabras, como si estuviera respondiendo a una pregunta que le han
formulado de improviso
·
Fíjese en la pronunciación de todo orador que
tenga ocasión de escuchar (en conferencias, en la televisión, etc.)
No
siempre es necesario disculparse cuando uno se trabuca o comete un lapsus linguae, a no
ser, naturalmente, que el error cometido pueda dar lugar a confusiones
embarazosas o a que no se comprenda lo qué quiere decir.
Cómo integrar las pausas en su discurso
El orador
o la oradora con experiencia saben cuándo y cómo deben introducir eficazmente
una pausa. Detenerse
por un instante en el discurso equivale a dominar una buena técnica de
respiración y a señalar que se ha perdido todo nerviosismo. Muchas personas,
cuando se ven superadas por los nervios, hablan sin parar para no tener que
soportar el silencio.
Introducir pausas o
permanecer callado es un signo de fortaleza, y no de debilidad, como
todavía es creencia extendida, pues con ello se demuestra que se controla la
situación ante un público expectante. Sólo un orador que se deja vencer por el
miedo habla sin pausas ni comas o intenta salvar una pausa para la reflexión
con palabras de relleno como “bueno”, “es decir”, “eeeh”.
Las pausas, como parte integrante del
discurso, no deberían ser menospreciadas
Tanto para el que habla como
para los oyentes, las pausas traen consigo ventajas:
1.- El orador puede respirar
2.- El orador puede echar una mirada al texto o a
las fichas.
3.- El público, por su
parte, puede recapacitar sobre lo que se ha dicho hasta ese momento.
4.- Una pausa inmediatamente
anterior a la afirmación o conclusión principal sirve para aumentar el interés
en lo que sigue.
5.- Una pausa después de
haber pronunciado la afirmación principal sirve para darle peso o para que siga
resonando en los oídos del auditorio.
6.- Otro cometido de las
pausas es el de delimitar las partes del discurso o de marcar cada uno de los
puntos que se van a tocar, lo cual ofrece al orador una nueva ocasión para
tomar un poco de aire.
Comprobar las pausas con
ayuda del casete o CD
Compruebe la forma en, que
usted hace uso de las pausas mediante una grabación. Las preguntas que se debe
plantear son: ¿Dónde sitúa su pausa más
larga? ¿Cuánto tiempo duró? ¿Dónde hizo un buen uso de las pausas? ¿Dónde
hubiera debido hacer alguna que no hizo?
Ya se ha
dicho que el silencio puede ser una señal de fortaleza. En una discusión o
negociación dura, muchas veces “pierde” quien inicia de nuevo la conversación
después de una pausa. El silencio también puede interpretarse, en ocasiones, como una
respuesta. El escritor alemán Heinrich Böll dijo en este sentido: “El silencio es
un argumento que no admite respuesta”.
Con las siguientes citas y
descripciones de posibles casos en que el silencio desempeña un papel
importante, se quiere resaltar lo conveniente que puede resultar una pausa:
·
“Reinaba un silencio tan absoluto, que bramaba en mis oídos
como las cataratas del Niágara” (Henry Miller, Trópico de Cáncer)
·
Una escena típica de película de vaqueros: hay un barullo
tremendo en el salón. De pronto, cesa todo ruido, pues el héroe solitario ha
abierto la puerta de una patada y ha hecho su entrada en el local.
·
Durante una cena, todo el mundo se ha callado de repente.
Nadie se mueve, nadie se atreve a romper el silencio.
·
Usted entra en el despacho del jefe. Él lo mira con cara de
pocos amigos y no dice ni una palabra.
·
El cliente, que ya se ha decidido por un producto rebajado,
pregunta al vendedor si cabría todavía un poco más de descuento. El vendedor no
dice nada y se queda mirando como extrañado por una pregunta tan fuera de
lugar.
Miedo escénico
No debe haber orador en el mundo
que no haya sentido, en uno u otro momento, el llamado miedo escénico. Incluso los oradores más experimentados y
excelentes reconocen que sienten el mismo miedo en cada nueva ocasión, sólo que
ellos ya saben cómo enfrentarse a él, darle cauce y superarlo.
¿En qué consiste realmente el miedo escénico y dónde tiene su origen?
Se denomina miedo escénico al temor a hablar o a aparecer en público. Según
parecen indicar algunas investigaciones, es posible que se trate de uno de los
mayores miedos del hombre, pues altera el pulso y el metabolismo en general, lo
cual puede manifestarse a través de síntomas llamativos como palpitaciones,
sonrojo, sudores fríos, garganta seca, agarrotamientos musculares o voz
temblorosa. Para un orador, la peor de las manifestaciones de estos miedos es
la de quedarse mentalmente en blanco (blackout, en inglés).
“E] podio es un asunto realmente
inmisericordioso: te sientes más desnudo que en la bañera”, afirmó el escritor
alemán Kurt Tucholsky. Y Mark Twain dijo: “El cerebro humano es un invento
magnífico. Funciona desde el nacimiento hasta el momento en que te levantas
para pronunciar un discurso”.
El miedo escénico nos impide actuar según nuestros deseos, provocando, precisamente, esos malos
resultados que el orador temía y que eran fuente de sus angustias. De pronto,
plantarse ante el podio se convierte en un tormento
y se desiste de conseguir lo que se pretendía. Cuantas más experiencias negativas se hayan tenido en situaciones
semejantes, tanto más fácil será que este miedo aparezca de nuevo con toda su
virulencia. (PARA ANALIZAR ESTE PENSAMIENTO DEL AUTOR)
El nerviosismo no es sólo una sensación
negativa
Con todo, un cierto grado de nerviosismo es normal y
efectivo y casi todos los oradores lo experimentan. Esta alarma natural del
cuerpo sirve para indicar que la
situación se ha de tomar en serio, que no se ha de mostrar una indiferencia
fingida. Al fin y al cabo, reconcentrarse sobre uno mismo significa que uno
posee la suficiente autodisciplina, ¿o es que quiere mostrarse siempre
totalmente desinhibido? (a veces sí)
Pero, ¿a qué le tenemos miedo? Antes que nada al fracaso, a no poder cumplir con las exigencias propias o las de los demás, o a hacer el ridículo.
Tenemos miedo de que se nos ataque,
de que se nos rechace, de no poder pronunciar ni palabra, de tener que enfrentarnos a personas
desconocidas o desagradables, de expresarnos
de forma inconveniente o mal, de mostrar que no poseemos los conocimientos suficientes como para
hablar de lo que estamos tratando, de no poder calcular bien las consecuencias de estas o aquellas palabras
(fenómeno muy común durante una entrevista
para obtener un empleo), de volver a
vivir lo que ya vivimos en otra ocasión (en el colegio, por ejemplo), de no encontrar ni la expresión ni el tono
adecuado.
Por lo tanto, sentir cierto nerviosismo ante una actuación es
algo absolutamente normal, que
afecta a muchas personas (incluidos los más que conocidos y experimentados
presentadores de televisión). No tiene que cundir el pánico porque uno se
sienta a sí mismo. Un hombre muy aficionado al deporte del buceo, dijo en una
ocasión que dejaría de bucear tan pronto como dejara de notar presión sobre el pecho al comenzar a
sumergirse. ¿Por qué? ¿Es qué necesita
sentir el peligro? Pues sí. Eso le demuestra que todavía se toma en serio
los peligros que acechan bajo el agua, que no peca de confiado y sopesa todavía
con atención los riesgos que conlleva su deporte. Si esto dejara de ser así, su
vida correría serio peligro. ¿Acaso no
es esto aplicable también a todo orador? ¿No puede servir de acicate cierto nerviosismo y elevar,
por lo tanto, nuestro rendimiento? ¿No estimula
a prepararse mejor y a concentrarse más? Combata
sus nervios sólo si le cohartan en vez de motivarle; si esto no es así, le
pueden servir de gran ayuda.
Sin embargo, ¿cómo reducimos un nerviosismo exagerado?
·
Conocer
el tema, mostrarse preparado
Cuanto mejor conozca su tema,
tanto más tiene a qué aferrarse. Prepararse de forma óptima le dará confianza.
·
Conocer
al público o hacerse una idea acertada de él
Si se prepara en este sentido, no
habrá mayores sorpresas. Tanto el nivel como el contenido de su exposición
coincidirán con lo que el público esperaba de usted. (empatía)
·
Entrenamiento
Cuanto más pueda practicar, más
seguro se sentirá. No deje escapar las ocasiones de hablar en público.
·
Objetivos
claros
Nunca pierda de vista su
objetivo, pues le ayudará a no irse por las ramas y a no caer en la tentación
de decir todo de golpe.
·
Dominar
principio y final
Esto le ayudará a vencer los
nervios iniciales (el momento más
delicado) y a terminar de forma
airosa.
·
Medios
auxiliares adecuados
Prepare y compruebe los medios auxiliares técnicos que vaya a
utilizar. Esto le dará confianza añadida.
·
Ropa
adecuada
Su ropa debe estar en
consonancia con el evento y con el público. En el bolsillo de la chaqueta puede
llevar las fichas en que ha apuntado los puntos clave de su discurso.
·
Inicio
pausado
Acérquese tranquilo y
concentrado al lugar desde el que tenga que hablar. Instálese realmente antes
de comenzar (contactos previos “visuales
y orales”)
La mente en blanco, ¿y ahora qué?
De lo que hemos dicho sobre los
nervios puede deducirse que no hay orador que se vea a salvo de quedarse atascado en alguna ocasión.
Sin embargo, no siempre la causa radica en el miedo escénico. Quien, sencillamente, sabe demasiado poco,
quien no sabe o no puede concentrarse, quien está cansado o se irrita por los
gritos que le dedican no obtendrá, con o sin nervios, buenos resultados.
Incluso a un orador bien
preparado y experimentado puede írsele el santo al cielo. Esto, en principio,
no tiene por qué tener mayor trascendencia, pues el público no tiene por qué darse cuenta de que en esa ocasión la
pausa nace de una necesidad. Por un
lado, el público no sabe cómo continua el discurso. Por otro, los oyentes se
muestran muy tolerantes respecto a pequeñas pausas, que hacen parecer al
hablante como más humano y como si elaborara el discurso. Por regla
general, sólo las pausas que exceden de unos aprox. siete segundos empiezan a
parecer excesivas. Es un lapso de tiempo bastante amplio, que desde luego
ofrece al orador la ocasión de buscar y encontrar la salida a esa situación sin
que el público se dé cuenta.
De todos modos, ensaye una y otra vez aquellas situaciones
críticas que se puedan presentar.
Piense cómo reacciona si pierde el hilo o si el hablante previo a usted se le anticipó en sus conclusiones. Escoja aquella estrategia que resulte más
apropiada con su persona.
¿Qué puedo hacer en caso de que la mente se me quede en blanco? Pruebe
a poner en práctica cualquiera de las siguientes recomendaciones:
- Reconózcalo. A veces basta
la famosa frase “Se me ha ido el santo al cielo” o un gracioso “Se acabó, ya no sé por dónde
iba o qué quería” para relajar la situación, o ¿Dónde estábamos? Por el contrario, no pida disculpas por ello ni intente ofrecer explicaciones (“Es
que he tenido poco tiempo para prepararme” y semejantes).
- Repita lo mismo con otras
palabras (“Esto quiere decir concretamente que...”).
- Sáltese una parte y
comience con el punto siguiente (que se corresponde con la ficha siguiente), por medio de un puente tipo
“Vamos ahora con el punto siguiente”. (Si todavía fuese necesario o
posible, se puede retomar después el punto omitido con una frase tipo: “Se
preguntarán por qué no he mencionado antes que... Bien,...”).
- Precise lo dicho por medio
de un ejemplo.
- Haga un resumen
(“Recordemos cuáles son los puntos más importantes: 1)... 2)... 3)...”).
- Muestre cómo se ha llegado
a algo. (“¿Cuál ha sido
el camino que ha llevado a esto? Les voy a relatar los momentos más
destacados”). Esto le permite ganar
tiempo.
- Ocasionalmente, también
puede lanzar una pregunta al público, que entonces se ve empujado a participar activamente. En este caso tiene que evitar dar la
impresión de que su intervención ha concluido y de que ha llegado el momento
de la discusión.
- En caso de duda, acabe
cuanto antes con un punto y pase al siguiente.
- Improvise sobre la última
palabra y/o sobre cualquier hecho
Transmite seguridad quien se mantiene erguido apoyándose en
ambas piernas, quien no busca puntos de apoyo, quien habla con el volumen de voz suficiente como para que
se le oiga y entienda perfectamente en cualquier lugar de la sala, y quien,
finalmente, adecua mímica y gesticulación a sus palabras.
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