jueves, 5 de julio de 2012

Oratoria: el arte de hablar, disertar, convencer. Jürg Stud


Oratoria: el arte de hablar, disertar, convencer. Jürg Studer.
Editorial El Drac
 
Técnicas de entrenamiento

Después de tanta teoría sobre la técnica del hablar y del respirar, se plantea inevitablemente la pregunta de qué ejercicios en concreto pueden resultar recomendables para mejorar lo uno y lo otro. Los siguientes ejercicios sencillos, algunos de los cuales puede realizar, por ejemplo, mientras conduce, le ayudarán a mejorar su técnica de dicción:
·        Practique con varios trabalenguas hasta conseguir recitarlos cada vez más rápidamente. Pueden servirle, por ejemplo, los siguientes:
“Tres tristes tigres comían trigo en un trigal”
“Donde digo digo no digo digo, sino que digo Diego”
“El cielo está enladrillado. ¿Quien lo desenladrillará? El desenladrillador que lo desenladrille, buen desenladrillador será”
·        Practique la pronunciación correcta de las vocales con sílabas tipo: cua, jue, mue, sie, mie, fie, loa, mue, etc.
·        Cuente y cuéntese historias o chistes asignando a los diferentes personajes voces distintas
·        Subraye en un texto aquellas palabras o frases que usted quiera resaltar - . A continuación grabe ese texto en un CD o casete (no realice grabaciones de más de diez minutos de duración). Escuche el texto y compruebe si su entonación y énfasis se corresponden, efectivamente, con sus intenciones sobre el texto escrito. Repita el ejercicio
·        Pronuncie ese mismo texto, u otro distinto, en tono susurrante, pero siempre comprensible (también aquí conviene grabarlo). Este ejercicio te obligará a pronunciar de forma especialmente clara
·        Léase un artículo de periódico dos o tres veces y verbalícelo con sus propias palabras, como si estuviera respondiendo a una pregunta que le han formulado de improviso
·        Fíjese en la pronunciación de todo orador que tenga ocasión de escuchar (en conferencias, en la televisión, etc.)

No siempre es necesario disculparse cuando uno se trabuca o comete un lapsus linguae, a no ser, naturalmente, que el error cometido pueda dar lugar a confusiones embarazosas o a que no se comprenda lo qué quiere decir.

Cómo integrar las pausas en su discurso

El orador o la oradora con experiencia saben cuándo y cómo deben introducir eficazmente una pausa. Detenerse por un instante en el discurso equivale a dominar una buena técnica de respiración y a señalar que se ha perdido todo nerviosismo. Muchas personas, cuando se ven superadas por los nervios, hablan sin parar para no tener que soportar el silencio.
Introducir pausas o permanecer callado es un signo de fortaleza, y no de debilidad, como todavía es creencia extendida, pues con ello se demuestra que se controla la situación ante un público expectante. Sólo un orador que se deja vencer por el miedo habla sin pausas ni comas o intenta salvar una pausa para la reflexión con palabras de relleno como “bueno”, “es decir”, “eeeh”.

Las pausas, como parte integrante del discurso, no deberían ser menospreciadas




Tanto para el que habla como para los oyentes, las pausas traen consigo ventajas:

1.-  El orador puede respirar
2.-  El orador puede echar una mirada al texto o a las fichas.
3.- El público, por su parte, puede recapacitar sobre lo que se ha dicho hasta ese momento.
4.- Una pausa inmediatamente anterior a la afirmación o conclusión principal sirve para aumentar el interés en lo que sigue.
5.- Una pausa después de haber pronunciado la afirmación principal sirve para darle peso o para que siga resonando en los oídos del auditorio.
6.- Otro cometido de las pausas es el de delimitar las partes del discurso o de marcar cada uno de los puntos que se van a tocar, lo cual ofrece al orador una nueva ocasión para tomar un poco de aire.

Comprobar las pausas con ayuda del casete o CD

Compruebe la forma en, que usted hace uso de las pausas mediante una grabación. Las preguntas que se debe plantear son: ¿Dónde sitúa su pausa más larga? ¿Cuánto tiempo duró? ¿Dónde hizo un buen uso de las pausas? ¿Dónde hubiera debido hacer alguna que no hizo?
Ya se ha dicho que el silencio puede ser una señal de fortaleza. En una discusión o negociación dura, muchas veces “pierde” quien inicia de nuevo la conversación después de una pausa. El silencio también puede interpretarse, en ocasiones, como una respuesta. El escritor alemán Heinrich Böll dijo en este sentido: “El silencio es un argumento que no admite respuesta”.
Con las siguientes citas y descripciones de posibles casos en que el silencio desempeña un papel importante, se quiere resaltar lo conveniente que puede resultar una pausa:
·        “Reinaba un silencio tan absoluto, que bramaba en mis oídos como las cataratas del Niágara” (Henry Miller, Trópico de Cáncer)
·        Una escena típica de película de vaqueros: hay un barullo tremendo en el salón. De pronto, cesa todo ruido, pues el héroe solitario ha abierto la puerta de una patada y ha hecho su entrada en el local.
·        Durante una cena, todo el mundo se ha callado de repente. Nadie se mueve, nadie se atreve a romper el silencio.
·        Usted entra en el despacho del jefe. Él lo mira con cara de pocos amigos y no dice ni una palabra.
·        El cliente, que ya se ha decidido por un producto rebajado, pregunta al vendedor si cabría todavía un poco más de descuento. El vendedor no dice nada y se queda mirando como extrañado por una pregunta tan fuera de lugar.


Miedo escénico

No debe haber orador en el mundo que no haya sentido, en uno u otro momento, el llamado miedo escénico. Incluso los oradores más experimentados y excelentes reconocen que sienten el mismo miedo en cada nueva ocasión, sólo que ellos ya saben cómo enfrentarse a él, darle cauce y superarlo.







¿En qué consiste realmente el miedo escénico y dónde tiene su origen?


Se denomina miedo escénico al temor a hablar o a aparecer en público. Según parecen indicar algunas investigaciones, es posible que se trate de uno de los mayores miedos del hombre, pues altera el pulso y el metabolismo en general, lo cual puede manifestarse a través de síntomas llamativos como palpitaciones, sonrojo, sudores fríos, garganta seca, agarrotamientos musculares o voz temblorosa. Para un orador, la peor de las manifestaciones de estos miedos es la de quedarse mentalmente en blanco (blackout, en inglés).
“E] podio es un asunto realmente inmisericordioso: te sientes más desnudo que en la bañera”, afirmó el escritor alemán Kurt Tucholsky. Y Mark Twain dijo: “El cerebro humano es un invento magnífico. Funciona desde el nacimiento hasta el momento en que te levantas para pronunciar un discurso”.
El miedo escénico nos impide actuar según nuestros deseos, provocando, precisamente, esos malos resultados que el orador temía y que eran fuente de sus angustias. De pronto, plantarse ante el podio se convierte en un tormento y se desiste de conseguir lo que se pretendía. Cuantas más experiencias negativas se hayan tenido en situaciones semejantes, tanto más fácil será que este miedo aparezca de nuevo con toda su virulencia. (PARA ANALIZAR ESTE PENSAMIENTO DEL AUTOR)

El nerviosismo no es sólo una sensación negativa


Con todo, un cierto grado de nerviosismo es normal y efectivo y casi todos los oradores lo experimentan. Esta alarma natural del cuerpo sirve para indicar que la situación se ha de tomar en serio, que no se ha de mostrar una indiferencia fingida. Al fin y al cabo, reconcentrarse sobre uno mismo significa que uno posee la suficiente autodisciplina, ¿o es que quiere mostrarse siempre totalmente desinhibido? (a veces sí)
Pero, ¿a qué le tenemos miedo? Antes que nada al fracaso, a no poder cumplir con las exigencias propias o las de los demás, o a hacer el ridículo. Tenemos miedo de que se nos ataque, de que se nos rechace, de no poder pronunciar ni palabra, de tener que enfrentarnos a personas desconocidas o desagradables, de expresarnos de forma inconveniente o mal, de mostrar que no poseemos los conocimientos suficientes como para hablar de lo que estamos tratando, de no poder calcular bien las consecuencias de estas o aquellas palabras (fenómeno muy común durante una entrevista para obtener un empleo), de volver a vivir lo que ya vivimos en otra ocasión (en el colegio, por ejemplo), de no encontrar ni la expresión ni el tono adecuado.
Por lo tanto, sentir cierto nerviosismo ante una actuación es algo absolutamente normal, que afecta a muchas personas (incluidos los más que conocidos y experimentados presentadores de televisión). No tiene que cundir el pánico porque uno se sienta a sí mismo. Un hombre muy aficionado al deporte del buceo, dijo en una ocasión que dejaría de bucear tan pronto como dejara de notar presión sobre el pecho al comenzar a sumergirse. ¿Por qué? ¿Es qué necesita sentir el peligro? Pues sí. Eso le demuestra que todavía se toma en serio los peligros que acechan bajo el agua, que no peca de confiado y sopesa todavía con atención los riesgos que conlleva su deporte. Si esto dejara de ser así, su vida correría serio peligro. ¿Acaso no es esto aplicable también a todo orador? ¿No puede servir de acicate cierto nerviosismo y elevar, por lo tanto, nuestro rendimiento? ¿No estimula a prepararse mejor y a concentrarse más? Combata sus nervios sólo si le cohartan en vez de motivarle; si esto no es así, le pueden servir de gran ayuda.






Sin embargo, ¿cómo reducimos un nerviosismo exagerado?

·        Conocer el tema, mostrarse preparado

Cuanto mejor conozca su tema, tanto más tiene a qué aferrarse. Prepararse de forma óptima le dará confianza.

·        Conocer al público o hacerse una idea acertada de él

Si se prepara en este sentido, no habrá mayores sorpresas. Tanto el nivel como el contenido de su exposición coincidirán con lo que el público esperaba de usted. (empatía)

·        Entrenamiento

Cuanto más pueda practicar, más seguro se sentirá. No deje escapar las ocasiones de hablar en público.

·        Objetivos claros

Nunca pierda de vista su objetivo, pues le ayudará a no irse por las ramas y a no caer en la tentación de decir todo de golpe.

·        Dominar principio y final

Esto le ayudará a vencer los nervios iniciales (el momento más delicado) y a terminar de forma airosa.

·        Medios auxiliares adecuados

Prepare y compruebe los medios auxiliares técnicos que vaya a utilizar. Esto le dará confianza añadida.

·        Ropa adecuada

Su ropa debe estar en consonancia con el evento y con el público. En el bolsillo de la chaqueta puede llevar las fichas en que ha apuntado los puntos clave de su discurso.

 

·        Inicio pausado

Acérquese tranquilo y concentrado al lugar desde el que tenga que hablar. Instálese realmente antes de comenzar (contactos previos “visuales y orales”)

La mente en blanco, ¿y ahora qué?


De lo que hemos dicho sobre los nervios puede deducirse que no hay orador que se vea a salvo de quedarse atascado en alguna ocasión. Sin embargo, no siempre la causa radica en el miedo escénico. Quien, sencillamente, sabe demasiado poco, quien no sabe o no puede concentrarse, quien está cansado o se irrita por los gritos que le dedican no obtendrá, con o sin nervios, buenos resultados.
Incluso a un orador bien preparado y experimentado puede írsele el santo al cielo. Esto, en principio, no tiene por qué tener mayor trascendencia, pues el público no tiene por qué darse cuenta de que en esa ocasión la pausa nace de una necesidad. Por un lado, el público no sabe cómo continua el discurso. Por otro, los oyentes se muestran muy tolerantes respecto a pequeñas pausas, que hacen parecer al hablante como más humano y como si elaborara el discurso. Por regla general, sólo las pausas que exceden de unos aprox. siete segundos empiezan a parecer excesivas. Es un lapso de tiempo bastante amplio, que desde luego ofrece al orador la ocasión de buscar y encontrar la salida a esa situación sin que el público se dé cuenta.
De todos modos, ensaye una y otra vez aquellas situaciones críticas que se puedan presentar. Piense cómo reacciona si pierde el hilo o si el hablante previo a usted se le anticipó en sus conclusiones. Escoja aquella estrategia que resulte más apropiada con su persona.

¿Qué puedo hacer en caso de que la mente se me quede en blanco? Pruebe a poner en práctica cualquiera de las siguientes recomendaciones:

  1. Reconózcalo. A veces basta la famosa frase “Se me ha ido el santo al cielo” o un gracioso “Se acabó, ya no sé por dónde iba o qué quería” para relajar la situación, o ¿Dónde estábamos? Por el contrario, no pida disculpas por ello ni intente ofrecer explicaciones (“Es que he tenido poco tiempo para prepararme” y semejantes).
  2. Repita lo mismo con otras palabras (“Esto quiere decir concretamente que...”).
  3. Sáltese una parte y comience con el punto siguiente (que se corresponde con la ficha siguiente), por medio de un puente tipo “Vamos ahora con el punto siguiente”. (Si todavía fuese necesario o posible, se puede retomar después el punto omitido con una frase tipo: “Se preguntarán por qué no he mencionado antes que... Bien,...”).
  4. Precise lo dicho por medio de un ejemplo.
  5. Haga un resumen (“Recordemos cuáles son los puntos más importantes: 1)... 2)... 3)...”).
  6. Muestre cómo se ha llegado a algo. (“¿Cuál ha sido el camino que ha llevado a esto? Les voy a relatar los momentos más destacados”). Esto le permite ganar tiempo.
  7. Ocasionalmente, también puede lanzar una pregunta al público, que entonces se ve empujado a participar activamente. En este caso tiene que evitar dar la impresión de que su intervención ha concluido y de que ha llegado el momento de la discusión.
  8. En caso de duda, acabe cuanto antes con un punto y pase al siguiente.
  9. Improvise sobre la última palabra y/o sobre cualquier hecho
Transmite seguridad quien se mantiene erguido apoyándose en ambas piernas, quien no busca puntos de apoyo, quien habla con el volumen de voz suficiente como para que se le oiga y entienda perfectamente en cualquier lugar de la sala, y quien, finalmente, adecua mímica y gesticulación a sus palabras.

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